domingo, 26 de octubre de 2008

UN TRIUNFO QUE CONDENA

Por Rodrigo López Oviedo

Para quienes hemos creído que el intercambio humanitario es el mejor camino para lograr la libertad de las personas que están retenidas por la guerrilla debiera resultar plausible que esa libertad también se pudiera alcanzar mediante otros métodos, siempre y cuando ellos no entrañaran riesgos de sangre o de muerte. Por desgracia, el ejemplo de la liberación de Ingrid Betancourt y de sus 14 compañeros no permite otorgar tan amplio aval.

Como bien lo dijo el ministro Juan Manuel Santos, este rescate, más que un éxito militar, “ha sido un triunfo de la inteligencia, para el cual no se necesitó disparar un solo tiro”. Sin embargo, pese a su enorme significado, lo único digno de resaltar en él, además de la liberación misma, fue el haberse llevado a cabo mediante una estrategia distinta a la de sangre y fuego, porque, por lo demás, fue un triunfo que se labró a base de estratagemas engañosas, las cuales indujeron a error al grupo guerrillero, por lo cual solo es viable esperar que conduzcan a esta organización a cerrar compuertas cada vez que se quieran intentar otras liberaciones no violentas.

Aunque la intención de engaño no ha sido negada por la cúpula militar, sí se la ha mostrado como meramente circunstancial, es decir, como si en torno a ella no hubiera girado toda la esencia del rescate. De todas formas, ese carácter engañoso es el que hizo tan dañino el operativo, ya que acabó con cualquier margen de credibilidad que las FARC pudieran conservar respecto de su contrincante, el Gobierno de Uribe, lo cual resulta sumamente grave si tenemos en cuenta el grueso número de personas que aún continúan en manos de la organización guerrillera y de lo necesario que se hace que exista algún grado de confianza con miras a futuros acercamientos.

Por eso resultan tan equivocadas las generalizadas manifestaciones de contento que, estimuladas por los medios, se presentaron a raíz de estas liberaciones. Si bien resultan naturales por lo que representan para las personas beneficiadas y sus familias, no lo son así para quienes aún permanecen en la selva, pues ahora tendrán que resignar toda esperanza a lo que buenamente pueda hacer por ellos la organización guerrillera, ya que cualquier otra expectativa puede resultar vana ilusión: El Gobierno, creyéndose respaldado en su política de rescate a sangre y fuego, no querrá volver a oír hablar de intercambio humanitario. La guerrilla, sabiéndose engañada y engañable, no volverá a prestar oídos a nada de lo que signifique acuerdos con el Gobierno.

Agravando lo anterior, también es posible que hayan perdido credibilidad las misiones internacionales: A las de Suiza y Francia, que coincidieron en sus acercamientos presuntamente humanitarios con el operativo de la liberación, les tocará cargar con la sospecha de haber sido instrumentos del engaño, lo cual las condenará, lo mismo que a otras misiones, al rechazo del grupo guerrillero mientras exista cualquier posibilidad de que se repitan hechos parecidos a los de este dos de julio.

Tales son las consecuencias de este triunfo: condenar a los colombianos que aún están retenidos y a sus familias a la incertidumbre más pavorosa y postergar las posibilidades de intercambio humanitario y la concreción de los anhelos de paz con justicia social para cuando logremos establecer un gobierno más sintonizado con su pueblo.

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