domingo, 26 de octubre de 2008

¿REELEGIR A URIBE?

Por Rodrigo López Oviedo

Nunca nadie en la historia del país ha recibido tantas presiones como Álvaro Uribe para que aclare de una vez si quiere continuar en la Presidencia de la República por un período más. Se lo preguntan en cuanto escenario esté, y su invariable respuesta termina siendo un “adivínalo Vargas” refundido en un advocatorio llamado de respaldo al programa de seguridad democrática.

Todos sabemos que un tercer mandato es la mayor aspiración de nuestro Presidente. Satisfechos durante ocho años sus sueños presidenciales de infancia, otros cuatro le coronarían las ansias de poder nacidas en su madurez y lo rodearían de un halo protector adicional al recibido de la Corte Constitucional cuando, en reciente fallo, lo confirmó en la creencia de que el delito puede ser fuente de derecho y de que es factible demorar el destape judicial de lo que le significó el fenómeno narcoparamilitar en su exitosa carrera política.

Solo que él se esfuerza por no reconocer tal aspiración, pese a que uno de los principales partidos que lo respaldan anda comprometido, con su anuencia, en el costoso proceso de recolección de firmas para impulsar un referendo que le permita satisfacerla. Es posible que tenga razón. Teme que con tal reconocimiento se puedan resentir Juan Manuel Santos, Germán Vargas Lleras, Martha Lucía Ramírez y unos cuantos más de sus amigos de ayer que hoy son potenciales candidatos a sucederlo en la Presidencia. Con estos adalides de su causa convertidos en frustrada competencia electoral, se resquebrajarían sus bancadas, o por lo menos se debilitarían más de lo que ya las han debilitado las investigaciones por parapolítica.

Tal vez esta preocupación sea la que lo lleve a darse una pausa y a cambiar de estrategia, lo cual viene haciendo de manera taimada a través de su hermano Santiago, a quien ya se le oyó manifestar la conveniencia de que la reforma constitucional en camino se oriente más bien a alargar el actual período presidencial por “dos añitos mas”, porque para intentar la enmienda constitucional que autorice un tercer mandato ya habrá tiempo.

El problema de estas reformas, tanto la que alargaría el actual período presidencial como la que autorizaría la nueva reelección, es que requieren de un Congreso menos encrespado que el que había cuando se requirió del cohecho para realizar la reforma que autorizó la primera reelección y de unos funcionarios estoicos o anestesiados, dispuestos a sortear, ya con pundonor, ya con indiferencia, los problemas que podrían sobrevenirles si, por andar ofreciendo halagos punibles, se les atraviesa otra Yidis Medina.

Valdría la pena imaginar a esta señora, desnuda o no, o a Teodolindo, enfermo o no, pero cargando a cuestas la experiencia de lo que les significó su participación en esa primera enmienda. Con tales imágenes, tratemos de intuir lo que podría suceder hoy con este Congreso si se lo pone a discutir estas nuevas reformas. ¿Será que la táctica del cohecho que se empleo tan persuasivamente sobre tales personajes puede contar ahora con nuevos ejecutores, activos y pasivos, que puedan asumir, por amor al Jefe o a las canonjías, conductas capaces de generar consecuencias tan incómodas como las que ya hemos visto? Creemos que no; pero en un país tan cargado de sorpresas como el nuestro, cualquier cosa puede suceder. Incluso que se nos alargue esta dolorosa noche.

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