lunes, 22 de febrero de 2010

ENSEÑANZAS DE UNA JORNADA

Por Rodrigo López Oviedo

Se cumplió, y de qué forma, la jornada nacional de rechazo a las regresivas reformas que el Gobierno viene imprimiéndole al sistema nacional de salud. No valieron de nada los infatigables esfuerzos de disuasión del presidente Uribe, en los cuales no se habría comprometido de no saberse respaldado por los grandes medios. Por eso fue casi inexistente la información de estos sobre la preparación de la Jornada. Estando copados por Uribe, para los trabajadores solo quedó el silencio.

Sin embargo, ese silencio no importó. Son tan aberrantes los decretos que no hubo ciudad capital alguna en la que enormes contingentes de seres anónimos, pero plenamente concientes de lo que estaban haciendo, no hubieran inundado las calles con la alegría de sus banderas multicolores, con la caudalosa vocinglería de sus consignas, con los enfáticos gestos de sus rostros y, por sobre todo, con los anhelos reivindicativos que anunciaban el indoblegable propósito de defender sus derechos, pero que también le notificaban al Presidente Uribe que la emergencia social les había abierto los ojos respecto de la calidad de vida que han perdido durante la vigencia de regímenes neoliberales como el suyo.

Por supuesto que, hasta hace poco, manifestaciones como estas hubieran sido impensables en un ambiente tan enrarecido por el uribismo como el que actualmente pesa sobre nuestro conjunto social. Es la evidencia de que la historia no transcurre de manera lineal, y de que así como se dan ascensos, sobrevienen los descensos. Siendo esto válido a ambas orillas de la confrontación social, quienes antes creían inevitable un tercer período del actual inquilino de la casa de Nari hoy deben estar pensando que pueden estar equivocados.

Si miramos en retrospectiva, la derogatoria de los decretos de la salud es, tal vez, la tarea que más esfuerzos auténticamente populares ha congregado y en torno a la cual mejor ha respondido la ciudadanía. De tales decretos no solo son importantes la amenaza a la autonomía de médicos y odontólogos y la aceptación o no de las cesantías como fórmula de pago de los tratamientos de mediana y alta complejidad -que son los aspectos sobre los cuales ha venido girando la polémica con el Gobierno-, sino, en general, todo lo que los decretos significan como atentado contra el Estado Social de Derecho, profundización del modelo neoliberal y mecanismo de exacción a los ciudadanos para elevar las tasas de ganancia del capital. Así, pues, que de no lograrse su derogatoria, estaríamos ante una gran pérdida que nos mostraría cómo de la carta de derechos constitucionales solo va quedando un enunciado hueco.

Sin embargo, con la movilización del pasado 18 de febrero no es suficiente, y así lo está queriendo hacer ver el Gobierno con esa actitud de “prueba superada” que ha exhibido después de ella. Se necesitan muchas más iniciativas y pronto. El Gobierno debe ver claro que la protesta desencadenada por sus medidas puede germinar en un nuevo paro cívico nacional que le haga reconsiderar otras decisiones igualmente antipopulares. Ojalá, entendiéndolo así, actúe de conformidad. Pero si no lo hace, que los ciudadanos encontremos el camino para hacérselo entender. Ah, y que ojalá los militantes del Polo estemos más protagónicos en estas jornadas, porque, de lo contrario, correremos el riesgo de ser vistos como electoreros sin mayor compromiso con la práctica social.

lunes, 15 de febrero de 2010

POR LA DEFENSA DE LA SALUD

Por Rodrigo López Oviedo

Los decretos de la emergencia social resultaron tan dañinos que las centrales obreras, Fecode y otras muchas organizaciones populares resolvieron convocar a la ciudadanía, para este jueves 18 de febrero, a una gran movilización nacional en procura de buscar su derogatoria.

En su afán de defender los decretos, el presidente Uribe ha utilizado su espesa labia para enredar y confundir. Algunas veces ha querido dar la impresión de estar en contravía de sus contenidos. Otras, ha pretendido que creamos que todo es culpa de los redactores, o incluso de las interpretaciones de sus opositores, pues lo que leen no es lo mismo que los decretos dicen. Y otras, pretende que no veamos tan odiosas disposiciones como de obligatorio cumplimiento ya que, por ejemplo, sin que nadie las derogue, podrían no cobrarse las multas a los médicos y odontólogos que no observen lo establecido en el POS.

Es como si estas normas, que tanto han chocado con el sentimiento de la ciudadanía y su comunidad médica, se pudieran atenuar con el simple blablablá presidencial y como si las reglamentaciones pudieran traer lo contrario de lo que dicen los decretos leyes, que es lo que él tanto desea que traigan y la ciudadanía tanto teme: mayores ganancias para los monopolios de la salud y peores servicios para los colombianos.

Cuando habla, al Presidente se le ve avergonzado con sus propias criaturas. Sin embargo, pudiendo derogarlas (al fin de cuentas, en derecho las cosas se deshacen como se hacen), ha preferido insinuarle al Congreso que no ratifique alguna de ellas. Estas son las consecuencias de haberse dejado engolosinar con una fementida popularidad (que ya le jugó una mala pasada cuando el referendo de los 18 puntos) y de creer que ella lo redimirá de cuantas perversidades se le ocurran.

La ciudadanía no puede pasar de agache ante intención de tan manifiesto engaño. Debemos llevar a Uribe a que derogue una legislación que ha resultado tan nociva que nos obligó a reconocer que la salud se ha convertido en una mercancía a la que solo se puede acceder mientras haya una masa laboral en condiciones de aportarle al régimen contributivo lo que este demande y los colombianos contemos con bienes patrimoniales, capacidad de endeudamiento y saldos en los fondos de cesantías suficientemente atrayentes para las EPS, y no los pírricos ahorros que nos dejan las constantes alternancias de empleo y desempleo a que nos han venido acostumbrando las políticas de tercerización y abaratamiento laboral.

De allí la importancia de la jornada de este 18 de febrero y tan imperiosa la necesidad de contribuir a su éxito. La entusiasta participación ciudadana puede servir para que no solo sean derogados los decretos de la emergencia social, sino también la ley 100 y todas las demás disposiciones que llevaron al sistema de salud a esta suerte de involución en que entró desde cuando nuestras castas plutocráticas aceptaron las imposiciones neoliberales del imperio, merced a las cuales también la salud cayó en las garras del gran capital, con su catastrófica ansia de ganancias, y quedó prácticamente sobre los trabajadores el sostenimiento de tan vital servicio.

Si esta emergencia social nos trajo el anuncio de cómo pueden ser reducidos nuestros derechos, con la movilización del jueves daremos muestra de estar en condiciones de impedirlo.

domingo, 7 de febrero de 2010

EL PODER DE LOS MEDIOS

Por Rodrigo López Oviedo

Entre las instituciones que podrían contribuir a hacer de nuestro planeta un mejor escenario para la vida, pocas hay tan llenas de potencialidades como la prensa.

Son tantas las posibilidades de la prensa para influir en el destino de los pueblos que, pese a no hacer parte de la estructura formal de poderes, a no depender de ejercicio eleccionario alguno y a no disponer de normas que la faculten para participar en los procesos oficiales de tomas de decisión, ha sido reconocida por muchos especialistas de la comunicación y de las ciencias sociales como el cuarto poder, es decir, como un poder de importancia por lo menos parecida al que está en cabeza del ejecutivo, del legislativo o del judicial.

Ese poder se deriva principalmente de su posibilidad de llegar al oído de los dueños del país con informaciones ciertas acerca de lo que la sociedad requiere, de las aspiraciones que la animan y de los esfuerzos que vería con gusto que el Estado hiciera para que lo que requiere y la anima se vieran prontamente concretados en realidades. Allí está parte del poder bienhechor que la prensa puede jugar, y a veces juega, en sociedades tan separadas de sus dirigentes como la nuestra, en la que los gobernantes solo ponen el oído donde están seguros de escuchar lo que les conviene oír.

Pero también deriva su poder de la inmensa capacidad movilizadora que posee. Capacidad que puede encauzar hacia fines nobles, como lo demostró al lograr que los colombianos viéramos con el corazón la dantesca tragedia de Haití y acudiéramos generosos en ayuda de estos sufridos hermanos. Pero capacidad que también puede utilizar para manipular y desmovilizar ante hechos que reclamarían una respuesta ciudadana activa, como el genocidio de la UP, la reciente y vigente captura del Estado por bandas criminales, los crímenes de la fuerza pública bautizados como falsos positivos y los escándalos de Agro Ingreso Seguro, ante los cuales esa prensa ha cumplido exitosos esfuerzos para que sean de escasa repercusión social.

Tal ambivalencia la explica el que los dueños de los medios sean, en general, los mismos dueños del país. Esto les permite, además de comportarse como cualquier grupo societario deseoso de las máximas ganancias, utilizar a los medios en la defensa del statu quo. Y aunque bajo condiciones favorables pueden permitirse algunos disimulos, estos desaparecen cuando tales condiciones se vuelven definitivamente adversas, caso en el cual pasan a comportarse como los medios venezolanos, los cuales se han transformado en auténticos directorios políticos ante la ostensible pérdida de influencia social de los partidos oligárquicos y el imparable avance de un proceso que amenaza con despojarlos definitivamente del poder.

A los ciudadanos del común nos interesa la libertad de prensa, pues sin ella no es posible la libre circulación de las ideas ni el pleno ejercicio del derecho a la información veraz y objetiva. Y no pudiendo ver que los grandes medios puedan satisfacernos tales aspiraciones, nos corresponde asumir la tarea inmediata de consolidar los pocos medios de que dispone nuestro pueblo, sobre todo ahora que en el vecindario latinoamericano se están dando tan interesantes fenómenos políticos, con cuya difusión y análisis podríamos contrarrestar más eficientemente el propósito oligárquico de empujarnos contra nuestros países hermanos e impedirnos la construcción de una patria mejor.

lunes, 1 de febrero de 2010

LOS DECRETOS DE EMERGENCIA SOCIAL

Por Rodrigo López Oviedo

El Gobierno nacional acaba de expedir un ramillete bastante frondoso de decretos bajo el amparo de la emergencia social que dictara con las supuestas intenciones de enjugar el déficit del sector de la salud, universalizar la prestación de este servicio y unificar los beneficios de los regímenes contributivo y subsidiado.

El de la salud es tal vez el sector con el que más se han ensañado los adalides del neoliberalismo. Por eso puede asegurarse que fueron ellos los que estuvieron detrás de esta emergencia, y no los aceptables propósitos antes mencionados. Particularmente la ACEMI (Asociación Colombiana de Empresas de Medicina Integral) aprovechó la crisis generada por la soterrada política de cesación de pagos en que han incurrido algunas instancias oficiales para amenazar con el cierre de 15 EPS si no se les facilitaban mejores tasas de ganancia a sus empresas socias.

Hoy, con los decretos a la vista, se hace fácil comprobar que la presión de la ACEMI dio los frutos esperados, y los colombianos tendremos que pagar sus efectos con más IVA, más escasos y peores servicios de salud, mayores dificultades de acceso a él y más privatización del sistema, mientras los mercachifles aglutinados en ACEMI podrán aprovecharse de la demostrable complicidad del Gobierno para seguir llenando sus faltriqueras.

A partir de los decretos expedidos, los médicos que quieran mantenerse fieles al juramento hipocrático se encontrarán con la barrera de unos estándares médicos que harán imposible, en muchos casos, llegar a la cura del paciente; pero a cuya observancia estarán obligados so pena de ser sometidos a sanciones que van de 10 a 50 salarios mínimos legales mensuales vigentes. Tal será una de las consecuencias que les sobrevendrán con la redefinición del concepto de POS, el cual llevará al médico a atender solamente enfermedades de “baja complejidad”, es decir, de bajo costo, pues las que requieran del concurso de especialistas solo podrán ser atendidas previa valoración de las “evidencias científicas” por un equipo profesional especialmente establecido para ello.

Pero no se crea que la valoración positiva de la evidencia científica permitirá la atención inmediata del paciente. La atención queda sometida a la demostración por parte de este o de sus familiares de tener recursos suficientes para atender el respectivo pago. En caso contrario, deberán demostrar que tienen otras fuentes de financiación, incluidos créditos hipotecarios, recursos en fondos de pensiones y cesantías o, incluso, acceso al extinguible Fondo de Prestaciones Excepcionales, que para el efecto se crea, pues de lo contrario no se podrá recibir el tratamiento respectivo. Esta es la condena a muerte de quienes no tengan condiciones de garantizarse los créditos para acceder al servicio, o la quiebra de quienes sí dispongan de tales condiciones, pero estén sometidos a una enfermedad catastrófica.

En fin, son tales los horrores que producirá esta emergencia que ya la CUT está convocando a la ciudadanía para una primera jornada, el próximo 26 de febrero, con miras a procurar la derogatoria de los decretos. Todos debemos comprometernos a su éxito, pero especialmente el Polo, que está obligado como el que más a aprovechar todas sus tribunas electorales para poner en evidencia lo lesivo de estos decretos y alentar la participación ciudadana hacia su derogación. Los militantes no podemos conformarnos con menos, como tampoco con menos dejar de comprometernos.