domingo, 26 de octubre de 2008

EL ADIOS DEL QUE NO PUEDE IRSE

Por Rodrigo López Oviedo

Tal vez la noticia internacional más difundida recientemente haya sido la de la supuesta renuncia de Fidel Castro a la Presidencia de Cuba. La verdad es que Fidel jamás renunció a tal dignidad, pues desde julio de 2006 había dejado de ejercerla. Todo lo que hizo fue manifestar su intención de no aceptar una nueva postulación para tan importante cargo, tras reconocer con humildad que ya su aliento no le alcanza para atender tan inmensa responsabilidad.

Fidel Castro comenzó a ser noticia desde cuando emprendió, con solo 27 años, el asalto a los cuarteles Moncada y de Céspedes con el fin de devolverle al pueblo cubano la dignidad de un país que había caído a la penosa condición de prostíbulo de Estados Unidos. Lejos estaba de imaginar que con aquella frustrada gesta realmente estaba emprendiendo el camino de asalto a las páginas de la historia.

Su temple ya comenzaba a notarse a sus doce años de edad, cuando le envió una carta, en inglés, al presidente norteamericano Franklin Roosevelt. También a los 21, cuando se vinculó a las luchas del pueblo guatemalteco contra la dictadura de Rafael Trujillo. Cómo extrañar entonces que a los 33 estuviera convertido en Primer Ministro de su querida Cuba y emprendiera tan radical transformación como la que adelantó a favor de su pueblo.

Con Fidel al frente, los cubanos elevaron sus índices de salud, de educación, de cultura y de deportes al punto de convertirlos en referencia obligada de las estadísticas mundiales. Ni el atentado personal, ni la agresión política, económica o militar, ni el más rastrero macartismo, con el que el Imperio y sus lacayos pretenden hacer ver la luminosa utopía comunista como cosa del infierno, le impidieron poner a Cuba a la cabeza de los países en vías de desarrollo en la promoción de todos esos derechos y rebasar a algunos de los países desarrollados en estadísticas tan importantes como las de mortalidad infantil y expectativas de vida.

Lo más admirable fue que extendió a otros pueblos los beneficios de esos programas. En una clara evidencia de internacionalismo, 18 mil médicos y 19 mil paramédicos cubanos prestan su solidaridad en 79 países del tercer mundo. En alianza con el gobierno de Hugo Chávez, un millón de pacientes esparcidos por Asia, África y Latinoamérica han recuperado la vista en manos de médicos cubanos. También dos millones 700 mil personas, en 22 países, han recibido apoyo de Cuba para salir del analfabetismo y en las universidades cubanas hay becados por Cuba cerca de 30 mil estudiantes de 121 países.

Liderada por Fidel, la política exterior cubana adquirió connotaciones de gran potencia. En los escenarios internacionales, la voz de Cuba estremece el sentimiento popular y hace ver posible el camino de la soberanía y deseable el socialismo, no obstante el traspié europeo.

El trasegar de Fidel siempre estuvo pletórico de reconocimientos. A esto contribuyó la hondura moral que siempre le imprimió a sus actos, sin importar que con ellos se afectaran, incluso, sus más íntimos intereses. Así lo demostró al expedir una de sus primeras leyes, la de Reforma Agraria, que ordenaba el paso al patrimonio público de las tierras de más de 420 hectáreas, y disponer que la primera expropiación fuera la del latifundio de su propia familia.

Todos esos ingredientes hacen que los cubanos se mantengan fieles a la causa socialista y que asuman con madurez el retiro de Fidel de los puestos de mando. Bien saben que su ejemplo los ha dejado sólidamente fortalecidos para continuar en la construcción soberana de su destino.

Fidel sabe que sale del Gobierno, pero no del corazón de su pueblo, que no es solo el pueblo de Cuba, sino el gran pueblo de los trabajadores del mundo. En esos corazones se seguirá cantando, como en los años sesenta, esta hermosa copla:
Si las cosas de Fidel
Son cosas de comunistas,
Que me apunten en la lista,
Que estoy de acuerdo con él.

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