domingo, 26 de octubre de 2008

LA MARCHA SINDICAL

Por Rodrigo López Oviedo

En un meritorio acto de reconocimiento a lo que representa la lucha popular, un aguerrido destacamento de sindicalistas del sector bancario está en la tarea de recorrer los caminos de la patria, desde Cali hasta Bogotá, con el propósito de hacerle saber al país que mientras los chupasangre de sus patronos se embolsillan las mayores tajadas del esfuerzo nacional, los trabajadores siguen condenados al empobrecimiento y a la violación de sus derechos. La fatigante marcha comenzó el pasado 10 de junio, y el 18 estará coronando las gélidas calles capitalinas.

Un aspecto que preocupa de este desplazamiento es la desigual acogida que ha suscitado. En especial, el recibimiento que se le prodigó a su paso por Ibagué, pese a lo entusiasta, dejó mucho que desear. El número de asistentes al acto cultural que, en honor de los marchantes, se desarrolló en el Parque de la Música, el pasado sábado, no guardó relación con el esfuerzo desplegado ni con la importancia de sus propósitos, ni mucho menos con la gran responsabilidad que le asiste al proletariado en momentos en que es víctima de una nueva ofensiva contra sus conquistas y derechos.

Particularmente preocupante es el sinnúmero de estrategias que están siendo empleadas por la patronal y el Gobierno para impedir el ejercicio de un derecho tan sustancial a la suerte de los trabajadores como es el de la organización sindical. Una de tales estrategias es la llamada flexibilización laboral, a través de la cual se ha “deslaboralizado” la relación obrero patronal y abaratado el despido de trabajadores. Otra, las recurrentes campañas de desprestigio con las que se ha pretendido descargar sobre los sindicatos la responsabilidad de las quiebras empresariales y de algunas entidades oficiales, que han sido causadas realmente por la incuria de los administradores y por las políticas burocráticas, clientelistas y privatizadoras del Régimen.

Pero, agravando lo anterior, el derecho a la sindicalización está seriamente lesionado por la práctica sistemática del desplazamiento, la desaparición forzada y el asesinato de los dirigentes sindicales, a través de lo cual no solo se cercena al movimiento de la experiencia de sus luchadores más consecuentes, sino que se lo deja sin posibilidades de crecimiento al horrorizar al conjunto social con tan criminales prácticas y hacerle ver que la organización sindical es un escenario de alto riesgo.

La combinación de todos estos factores, y otros más, han diezmado el movimiento al punto de que hoy solo el cuatro por ciento de la fuerza laboral se encuentra sindicalizada, con el agravante de que ahora se le agrede con una campaña “empresarista”, según la cual los sindicatos no deben ya preocuparse de la defensa de los derechos de los trabajadores ni de la conquista de nuevas reivindicaciones, sino de construir empresa, para lo cual el patrón les prestará el valioso concurso de contratarles para que cumplan como sindicato las tareas que, bajo la honda neoliberal, le estaban asignadas a las empresas y cooperativas de trabajo asociado.

Estas condiciones son las que hacen tan importante toda muestra de resistencia, como ésta que realizan los sindicalistas caleños. Pero son también las que obligan a rodearlas de la solidaridad que faltó en Ibagué, tal vez a causa del alarmante, pero afortunadamente superable retroceso en la conciencia de los trabajadores y en la capacidad de convocatoria de los sindicatos.

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