domingo, 26 de octubre de 2008

EL DECRETO DE INTERCAMBIO HUMANITARIO

Por Rodrigo López Oviedo

Luego de conocido el llamado decreto de intercambio humanitario, muchas son las ilusiones que han surgido entre algunos colombianos. Tal decreto parece expresión de ese apuro que todo colombiano siente por la libertad de Ingrid Betancourt ante la precaria salud que padece, si es que los terribles diagnósticos que de ella se han conocido no resultan tan infundados como parece que fueron los de la del ex senador Gechen Turbay. De todas formas, ciertos o no, la sociedad toda debe darse prisa en su propósito de recuperar para la libertad y para la vida a tan valiosa mujer y a todos sus compañeros.

Lamentablemente, las ilusiones que el decreto crea prontamente pasarán a convertirse en un nuevo desengaño. En primer lugar, porque no por aludirse en él a “un acuerdo que se dará por aceptado con la sola liberación de los retenidos” podremos dar por hecho que hubo tal acuerdo. De haberse efectivamente dado, no estaríamos viendo cómo se repiten en él casi las mismas iniciativas gubernamentales de siempre, con los mismos micos que siempre le han sido colgados para impedir su concreción.

En segundo lugar, porque eso de que si ustedes liberan primero nosotros lo haremos después, como lo dice el decreto aunque con otras palabras, ya lo hemos oído antes y no ha contado con ninguna credibilidad. Recordemos que la credibilidad del Gobierno quedó deshonrada desde cuando a las FARC se les incumplió el compromiso del Caguán de darles 48 horas para que se resguardaran en caso de que aquel proceso fracasara.

En tercer lugar porque aquello de que la liberación de los guerrilleros operará si éstos se comprometen a no volver a las armas también se ha oído y las guerrillas no lo han aceptado. De seguro que ahora tampoco lo aceptarán por una razón muy simple: Ellas saben que haber abandonado sus viejos rechazos al secuestro les ha causado un grave daño en su imagen como organización política y que lo único que las resarciría en parte de tal daño sería algún logro en el propósito de recuperar para su organización militar a los combatientes que han caído en manos del Estado. Suponer que las guerrillas puedan aceptar que sus efectivos presos sean liberados con el compromiso de no tomar nuevamente las armas es confundirlas con la organización filantrópica que no son.

Y finalmente, ni se piense que puedan aceptar la expatriación de los guerrilleros liberados. Convenir con este planteamiento, que de hecho significa para el Estado el reconocimiento de su incapacidad para garantizarles la seguridad, sería peor para las FARC que comprometerse a que los liberados no se reincorporen a filas, pues implicaría aceptar que tampoco se puedan reintegrar a sus familias.

Si a todo lo anterior le agregamos que con el Decreto sobrevino una visita presidencial al Guaviare, donde supuestamente está Ingrid Betancourt, con todo lo que ello implica en movimiento de tropas; si vemos que Uribe ha renovado su insistencia a las tropas para que localicen a los retenidos con el fin de emprender “una acción humanitaria en su favor”; si observamos su reiteración de ofertas económicas para que los guerrilleros deserten con rehenes, si todo eso viene ocurriendo, debemos evitar, entonces, hacernos ilusiones con este decreto del Gobierno, que más parece una extensión de sus simulaciones y triquiñuelas.

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