Por Rodrigo López Oviedo
Indigna que el Alto Gobierno se rasgue las vestiduras porque supuestamente las organizaciones indígenas colombianas han recibido “recursos del exterior” para financiar sus movilizaciones y porque los congresistas de la oposición van a la trinchera popular a respaldar las luchas de quienes fueron sus compañeros y camaradas de ayer.
Proviniendo de personajes como Álvaro Uribe, los primos Santos o Diego Palacio, tales comentarios debemos verlos simplemente como una consecuente posición de clase. Bien sabemos que ellos están en los actuales puestos de mando, no por gratificación ante los servicios que le hayan prestado a la patria –que para ello hubiera sido suficiente con alguna portería-, sino para que desde allí defiendan los intereses de su clase con el mismo enjundioso empeño con que han defendido los propios.
Lo que no está bien es que se olviden del debido respeto a la dignidad personal y a las buenas costumbres y que lancen sindicaciones contra personalidades y organizaciones que no han incurrido en conductas que resulten reprobables.
Porque si el propio Presidente Uribe mantiene humillándose en el exterior con una totuma y la rodilla en tierra a ver si consigue con qué financiar sus programas oligárquicos, cómo les censuran a las comunidades indígenas que reciban, si es que han recibido, recursos originados en la solidaridad de organizaciones hermanas que conservan vigentes los principios del internacionalismo.
¿Será que creen que no sabemos que el Plan Colombia se financia con oro gringo y bota militar estadounidense, y que con tal de que fluyan abundantes recursos para la guerra nos les importa cuánta sangre de colombianos haya que derramar y cuántas organizaciones desaparecer?
Indigna, igualmente, la persecución lanzada por el Gobierno contra el Polo Democrático. Bien sabemos que con ella solo busca castigarle que sus congresistas estén haciendo lo que deben hacer: intensificar su ligazón con las luchas del pueblo y utilizar la tribuna congresual como escenario de denuncia ante los continuos atropellos oligárquicos, mientras logran superar las limitaciones de aritmética parlamentaria que les impiden convertirla en instrumento para la creación de un nuevo ordenamiento normativo que sirva al mejoramiento de la calidad de vida de los colombianos.
Por eso debemos rechazar que el DAS sea convertido en instrumento de persecución política contra la oposición y que las denuncias del polista senador Gustavo Petro no tengan más consecuencia que la encubridora renuncia de la Directora de ese Organismo. El Presidente Uribe debe responder personalmente, pues en varias ocasiones se ha dejado descubrir en sus anhelos de ver judicializada a la oposición. Estando el DAS adscrito a su Despacho, entre tales anhelos y la persecución al Polo no queda más distancia que la que hay entre el corazón que desea, la cabeza que ordena y la mano que ejecuta.
Complementariamente, debemos exigir que se ponga fin a la persecución desatada contra los senadores Alexander López y Gustavo Petro, así como el inmediato retorno a la libertad de los dos asesores de López que, al igual que tres dirigentes corteros de caña, fueran injustamente sometidos a detención domiciliaria bajo la sindicación de terrorismo y asociación para delinquir, que es como se denomina ahora a toda acción social que esté orientada a reivindicar los derechos que están claramente consagrados en la Constitución Nacional.
Ser tolerantes con esas prácticas uribistas nos precipitará por el despeñadero fascista.
Indigna que el Alto Gobierno se rasgue las vestiduras porque supuestamente las organizaciones indígenas colombianas han recibido “recursos del exterior” para financiar sus movilizaciones y porque los congresistas de la oposición van a la trinchera popular a respaldar las luchas de quienes fueron sus compañeros y camaradas de ayer.
Proviniendo de personajes como Álvaro Uribe, los primos Santos o Diego Palacio, tales comentarios debemos verlos simplemente como una consecuente posición de clase. Bien sabemos que ellos están en los actuales puestos de mando, no por gratificación ante los servicios que le hayan prestado a la patria –que para ello hubiera sido suficiente con alguna portería-, sino para que desde allí defiendan los intereses de su clase con el mismo enjundioso empeño con que han defendido los propios.
Lo que no está bien es que se olviden del debido respeto a la dignidad personal y a las buenas costumbres y que lancen sindicaciones contra personalidades y organizaciones que no han incurrido en conductas que resulten reprobables.
Porque si el propio Presidente Uribe mantiene humillándose en el exterior con una totuma y la rodilla en tierra a ver si consigue con qué financiar sus programas oligárquicos, cómo les censuran a las comunidades indígenas que reciban, si es que han recibido, recursos originados en la solidaridad de organizaciones hermanas que conservan vigentes los principios del internacionalismo.
¿Será que creen que no sabemos que el Plan Colombia se financia con oro gringo y bota militar estadounidense, y que con tal de que fluyan abundantes recursos para la guerra nos les importa cuánta sangre de colombianos haya que derramar y cuántas organizaciones desaparecer?
Indigna, igualmente, la persecución lanzada por el Gobierno contra el Polo Democrático. Bien sabemos que con ella solo busca castigarle que sus congresistas estén haciendo lo que deben hacer: intensificar su ligazón con las luchas del pueblo y utilizar la tribuna congresual como escenario de denuncia ante los continuos atropellos oligárquicos, mientras logran superar las limitaciones de aritmética parlamentaria que les impiden convertirla en instrumento para la creación de un nuevo ordenamiento normativo que sirva al mejoramiento de la calidad de vida de los colombianos.
Por eso debemos rechazar que el DAS sea convertido en instrumento de persecución política contra la oposición y que las denuncias del polista senador Gustavo Petro no tengan más consecuencia que la encubridora renuncia de la Directora de ese Organismo. El Presidente Uribe debe responder personalmente, pues en varias ocasiones se ha dejado descubrir en sus anhelos de ver judicializada a la oposición. Estando el DAS adscrito a su Despacho, entre tales anhelos y la persecución al Polo no queda más distancia que la que hay entre el corazón que desea, la cabeza que ordena y la mano que ejecuta.
Complementariamente, debemos exigir que se ponga fin a la persecución desatada contra los senadores Alexander López y Gustavo Petro, así como el inmediato retorno a la libertad de los dos asesores de López que, al igual que tres dirigentes corteros de caña, fueran injustamente sometidos a detención domiciliaria bajo la sindicación de terrorismo y asociación para delinquir, que es como se denomina ahora a toda acción social que esté orientada a reivindicar los derechos que están claramente consagrados en la Constitución Nacional.
Ser tolerantes con esas prácticas uribistas nos precipitará por el despeñadero fascista.