Por Rodrigo López Oviedo
Ojalá no esté equivocado: Todo parece indicar que las bancadas uribistas están abandonado esa incondicionalidad con que solían atender los caprichos de su Jefe. Ahora las vemos displicentes, haciéndose las remolonas y procurándose ruegos ante aquellos asuntos oficiales en los que ellas mismas no estén suficientemente interesadas.
Las largas que le dieron en la Cámara al proyecto de referendo no permiten una conclusión distinta. Con sus habilidosas maniobras, estas bancadas no solo obligaron a Uribe a desmentirse de su supuesta neutralidad e indiferencia ante el proyecto y a confesarse interesado en él, sino que lo sometieron a la vergüenza de tenerlas que convocar a sesiones extras, estando esta célula aún en sesiones ordinarias. Lo tardío del esfuerzo por concretar esa, hasta entonces remisa, voluntad de los honorables representantes hace pensar en lo equivocado que estaba Uribe respecto de la publicitada solidez de sus respaldos en el Congreso.
Como, de todas formas, lo que se aprobó en la Cámara no es lo que Uribe esperaba, ahora muy seguramente vendrá un vergonzoso proceso de amañada hermenéutica a través del cual sabremos que ese texto no dice lo que sus redactores quisieron decir ni lo que los callejeros firmantes quisieron respaldar; que los mandatos de los mandantes pueden interpretarse por los mandatarios de manera contraria a lo mandado, y que las caras son sellos y los sellos son caras, todo según el interés de quien recoja la moneda, que de seguro será el propio Mandatario.
Se trata de un galimatías al que el ministro Fabio Valencia Cossio le viene dando pábulo. Según este funcionario, el proyecto referendario, que tantos esfuerzos le costó para que la Cámara se lo aprobara, será objeto de especiales esmeros para que el Senado se lo modifique. De ser así, el texto que salga del Senado no será el mismo que muchos respaldaron con su firma, y que la Cámara aprobó, sino el que al Gobierno le plazca; lo cual configurará, además de un aberrante abuso de poder, la prueba reina de que la bicameralidad que adorna nuestra democracia, y la democracia misma, no son más que una farsa, pues lo que se aprueba en una célula puede ser torcido a voluntad de la otra, sin que se requiera de más requisito que el visto bueno de una comisión de conciliación, conformada al gusto de quienes quieren que solo prevalezca lo que le conviene al dueño del circo.
No será la primera vez que ocurra así. La única diferencia es la de que nunca las diferencias habían sido tan de cielo y tierra como en éste caso, donde 2014, por arte de birlibirloque, quedará convertido en 2010.
Tales son las argucias de unas oligarquías pura sangre que, acompañadas por uno que otro advenedizo impúdico, cabalgan sobre un pueblo al que le han impuesto, sin que chiste, las peores barbaridades. Ellos creen poder disfrutar de tan cómoda recua in sécula seculórum, pero olvidan que hay un sector de resueltos contestatarios que están en continuo crecimiento y que por siempre han vivido dispuestos a librar las batallas que sean necesarias por la causa popular, aún a costa de los mayores sacrificios. La que se librará en este 2009 será de marca mayor: impedir que quedemos sometidos, por cuatro años más, al oprobio de derecha que estamos padeciendo.