martes, 22 de septiembre de 2009

AUNQUE SOLO SEA MONCAYO

Publicado el 18 de agosto de 2009
Por Rodrigo López Oviedo

Ya perdí la cuenta del tiempo transcurrido desde cuando las FARC ofrecieron liberar sin contraprestaciones a dos miembros de la fuerza pública que se hayan en su poder, el Cabo Pablo Emilio Moncayo y el soldado profesional Josué Daniel Calvo Sánchez, y entregar el cuerpo de un tercero que murió en cautiverio. Hasta el sol de hoy, tan esperanzadores anuncios no han podido materializarse por la oposición del presidente Uribe, quien desde un comienzo señaló que lo que el país reclamaba era la liberación de todos los cautivos, no entregas por cuentagotas.

Agravando lo anterior, el Presidente sentenció que en la respectiva diligencia no habría espacio para Piedad Córdoba ni para comitiva alguna; que debía garantizarse la máxima discreción a fin de evitar toda publicidad que pudiera derivar en beneficios políticos para los participantes, y que en lugar de la Senadora, la única persona autorizada para establecer contacto con las FARC sería, ¡vaya sorpresa!, el guerrillero fariano Yesid Arteta.

Aguzando un poco la memoria, ya han transcurrido cuatro meses desde aquel anuncio, y de las esperanzas de libertad para Moncayo y compañía solo van quedando desengaños. El país ha asistido impávido al show de intransigencias de un mandatario que no ve bien que se vayan extinguiendo los motivos de nuestro conflicto, así sea por goteo. A Uribe lo seduce la guerra, y más ahora que ha creído comprobar que lo que le conviene de ella no es ganarla, sino convencer a la tribuna de que la está ganando, mientras la perpetúa con sus irresponsables gestos de vaquero del oeste americano, todos contrarios a cualquier iniciativa que tienda así solo sea a su morigeración, pues de paso se perpetúa él.

Yesid Arteta purgó diez años de cárcel por actos de rebelión; jamás desertó ni se acogió a los programas de Justicia y Paz. Al asignarle a él el papel de intermediación con las FARC, que venía desempeñando con tanto éxito Piedad Córdoba, el presidente Uribe quiso bajar de ese escenario a la Senadora para restarle influencia ante una opinión nacional e internacional que veía con buenos ojos su gestión humanitaria en beneficio de todos los colombianos que por causa del conflicto se hallan en cautiverio, tanto en las selvas como en las cárceles, y que vería bien la liberación de tan solo Moncayo y compañía, mientras llega la posibilidad de un acuerdo más totalizante.

Lo que nunca imaginó el Presidente fue que Arteta recordara el conjunto de barullos presentados en pasadas liberaciones, de los cuales pudieron salir airosos los comisionados de entonces sólo por las altas dignidades que ellos encarnaban, por la condición de representantes de países extranjeros que algunos tenían, y por la presencia vigilante de muchos medios de comunicación independientes. Esa memoria, combinada con malicia guerrillera, hizo que Arteta le escurriera el cuerpo a semejante encargo, que más parecía una condena a muerte, y prefiriera seguir a la espera de una oportunidad mejor para servirle a un país por el que pagó caro sus acciones revolucionarias del pasado.

Mientras tanto, Moncayo y Calvo siguen sufriendo las penalidades del cautiverio en una selva inhóspita y una anciana madre se muere en la desesperanza de no poder disponer del cuerpo de su hijo para darle cristiana sepultura. Cosas del corazón que no puede entender quien corazón no tiene.

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