lunes, 25 de enero de 2010

COLOMBIANOS EN VENEZUELA

Por Rodrigo López Oviedo

Muy comedido resultó el senador Hernán Andrade con los empresarios y trabajadores colombianos que viven en Venezuela. Los invitó a regresar al país, “en donde sí se les darán las garantías que están reclamando para vivir mejor”.

De dónde le haya nacido esta preocupación al Senador, es cosa que él debería aclarar; sobre todo porque podría presumirse que está acudiendo a falsas manifestaciones de nacionalismo para resolver algunos cuantos problemitas de la coyuntura electoral ya en curso, en la cual hay una creciente masa de despabilados uribistas que ya no ven tan claras las posiciones del Presidente -y más bien sí alto el riesgo de verlo ante los tribunales internacionales-, lo que les ha mermado su interés electoral de antaño.

Pero es posible también que el Senador esté haciéndose eco de algunos sectores oligárquicos que, conmovidos ante los profundos cambios que se están viviendo en Venezuela y asustados por la posibilidad de que puedan ser tomados de modelo por los colombianos, han optado por ocultarlos, cuando no por tergiversarlos. Es lógico. Tienen mucho que perder con el contagioso ejemplo de un gobierno que le ha puesto coto al modelo neoliberal -que tanta primacía le da al capital- y ha estimulado las capacidades transformadoras del pueblo venezolano en bien de un proceso que está llamado a convertirlo en el centro de las preocupaciones del Estado; ha recuperado la soberanía nacional y supeditado las recomendaciones del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional a las necesidades nacionales; ha sometido al control del Estado las riquezas del subsuelo, y los recursos derivados de tales riquezas los ha traducido en programas de salud, educación, vivienda, cultura, que han hecho de la satisfacción de estas necesidades auténticos derechos populares y no meros nichos de mercado para la explotación capitalista. Y si estos ejemplos espantan a nuestras oligarquías, mucho más sus efectos generales, que preferirían verlos reflejados en mayores dividendos: mejoramiento constante en los índices de desarrollo humano y reducción de la pobreza del 50 al 32 por ciento.

Sin embargo, cualquiera sea su trasfondo, la actitud del senador Andrade es digna de encomio, sobre todo entre quienes vemos en esa diáspora de más de tres millones de colombianos una vergüenza que clama pronta solución. Lo que resulta extraño es que tan humana preocupación le haya surgido al cabo de tanto estar desentendido de ella, como también de la otra, la de los también aproximadamente tres millones de colombianos que fueron expulsados del campo por el narcotráfico, el paramilitarismo, los megaproyectos de las transnacionales y la alianza genocida de todos esos protagonistas. Antes que los de Venezuela, son estos colombianos los que reclaman la prioritaria atención del Estado, no solo por ser mucho más angustiosa su tragedia, sino porque esta desde hace mucho se convirtió en indigencia, sin que el Estado se haya preocupado por ofrecerles a sus víctimas algo más que limosnas.

Mientras tanto, el Senador debe informar dónde están las garantías que, según dice, pueden dárseles a quienes se repatríen de Venezuela y explicar por qué no ha activado las iniciativas correspondientes para beneficiar con ellas a nuestros desplazados del interior y a ese otro 20 por ciento de colombianos que están en la indigencia. No hacerlo confirmaría los términos de este comentario, además de darle méritos para el título de demagogo.

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