martes, 6 de octubre de 2009

MEDIOS DE COMUNICACIÓN

Por Rodrigo López Oviedo

Que cada pueblo se merezca el gobierno que tiene parece ser una sentencia plenamente confirmada en Colombia. Las mediciones de opinión respecto del gobierno de Uribe dan cuenta de una conformidad ciudadana tan extrema con él y con lo que hace que resultaría difícil equivocarnos al afirmar que es el que nos merecemos. Incluso hasta podríamos pensar que permaneceríamos conformes con cualquier cosa que hiciera, sin importar sus desaciertos, sus yerros ni desvergüenzas.

A los ciudadanos del común suele escuchársenos resonar como bafles, repitiendo al unísono, y casi sin desafinar, todo lo que le resulte conveniente a la continuidad de un régimen que cada día nos empobrece más, nos subyuga más y nos deja cada vez con menos futuro. Y resonamos como sapientísimos oráculos, sin percatarnos de que detrás de nosotros están los dueños del país manipulando nuestras conciencias y haciéndonos creer que lo que pensamos se origina en nuestros cerebros y no en los sofisticados laboratorios de propaganda ideológica y política en que se han convertido los grandes medios de comunicación de que son dueños.

Esto es lo que explica que, a pesar de que reconozcamos las muchas falencias de nuestro gobierno, de que nos escandalicemos con las largas uñas de muchos de sus funcionarios, con sus iniquidades y sus crímenes, y de que nos percatemos de sus artimañas para hacer del Estado un botín explotable a perpetuidad, nos mostremos dispuestos a permitir que continúen, período tras período, en su productivo oficio, sin que hagamos caso a las alternativas que ofrecen muchos otros colombianos, que entregan con desprendimiento lo mejor de sus vidas al propósito de construir un nuevo poder, capaz de proscribir tan aviesos métodos y de elevarnos moral y materialmente hacia estadios más dignos de la condición humana.

Que el pueblo se merezca el gobierno que tiene es, entonces, una afirmación que requiere revisarse. Los merecimientos de nuestro pueblo no pueden depender de lo que circunstancialmente piense o desee, pues lo que piensa y desea no es más que un producto derivado de años y años de sometimiento a una cultura dominante que no le es la propia, sino la de los grandes dueños de los medios de producción, la cual le ha sido impuesta, especialmente, a través de unos medios de comunicación que le informan y entretienen, pero que también le forman y deforman su entendimiento.

No. Los merecimientos reales del pueblo están en clara dependencia de lo que produce, que no es ni más ni menos que esa riqueza material y espiritual que solo puede crearse a través de su trabajo. Sobre la base de esos merecimientos debe edificar su propio gobierno, aunque para hacerlo deba demoler las estructuras del gobierno que le precede.

Siendo el monopolio sobre los medios de comunicación una de esas estructuras, y tal vez de las más importantes, su democratización es de gran importancia. Al pueblo no puede garantizársele el sagrado derecho a la información oportuna y objetiva si no se ponen en sus manos los instrumentos apropiados para lograrlo. A ese derecho debe supeditarse la supuesta libertad de prensa, que en Colombia solo ha significado la libertad de los monopolios de la comunicación a deformar los hechos, a tergiversar la realidad y a poner a la sociedad a pensar y obrar en contra de sus verdaderos intereses.


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