lunes, 12 de octubre de 2009

EL NOBEL PARA OBAMA

Por Rodrigo López Oviedo

El premio Nobel que le fue otorgado al presidente Obama ofende la conciencia del mundo democrático. Estados Unidos ha sido la encarnación de los mayores apetitos expansionistas, el burlador por excelencia de la soberanía de los pueblos y, con Alemania, el principal protagonista de las guerras de agresión que en el mundo ha habido. El gran gendarme ha vivido dedicado a dejar sin aliento a quien quiera que en el mundo intente poner en riesgo un solo dólar de cualquier gringo o limitarle la posibilidad de apropiárselo. Hoy, como siempre, amenaza a los pueblos que quieran organizarse de una forma distinta a la suya, y nada de eso cambiará. Al menos no por la voluntad de Obama, quien, en estos nueve meses en el poder, no ha mostrado ningún interés práctico en hacerlo.

El Comité del premio, al advertir la inconformidad que su decisión levantaría, señaló la imposibilidad de que la distinción recayera siempre en “personas que están luchando (por la paz) y son idealistas”. Detrás de estas palabras solo hay el reconocimiento de que en Obama no hay un idealista ni un luchador por tan sentido ideal; tal vez sí un hombre cargado de buenas intenciones, pero sometido a la maquinaria bélica que domina en el Pentágono, del cual dependen las acciones guerreristas de Estados Unidos y de cuyas garras no aspira a liberarse. Esto es lo que hace desmoronables las ilusiones de quienes ven en el premio un estímulo al Obama de la campaña electoral, para que, poniéndose al servicio del desarme nuclear y de la protección del medio ambiente, actúe en consonancia con sus discursos altermundistas.

Tal parece que el Comité no supiera que las políticas medioambientales de Bush siguen intactas y que Obama ni siquiera le ha dado el gusto a la comunidad internacional de comprometerse con los protocolos de Kioto. Da la impresión de desconocer que cuando Obama rechaza el armamentismo no hace referencia al del estado que él gobierna, sino al de Venezuela, cuyos costos resultan minúsculos comparados con los que él conciente en que su país incurra para atender los agresivos conflictos en que se halla comprometido. Este Comité parece que no supiera que el propio Obama ha seguido adelante en el propósito de activar la IV Flota para infundirles miedo a los países centroamericanos y del Caribe, que han resuelto organizarse de una manera distinta a la usanza norteamericana y da la impresión de que no reconociera en las siete bases militares que el galardonado ocupará en Colombia una amenaza para los anhelos independentistas que bullen al sur del continente. Ni parece advertir su silencio respecto del anhelo cubano de recuperar a cinco valerosos héroes que purgan en mazmorras estadounidenses su pecado de enfrentar “en las entrañas del monstruo” las bandas terroristas allí desatadas contra la Isla.

En fin, el Comité parece no haber advertido que estos nueve meses no han sido suficientes para corroborar la sinceridad de los discursos de campaña de Obama ni tampoco la solidez de sus intenciones de materializarlos. Si pensó que con el premio instaría al Presidente al cambio, todas las señales que el presente muestra deberían servirle de mal presagio a lo que encontrará al finalizar su mandato. Pero el ojo ya está afuera y nada puede hacerse por el prestigio del premio.

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