lunes, 4 de mayo de 2009

LOS HIJOS DE URIBE


Por Rodrigo López Oviedo

La extrema juventud de Tomás y de Jerónimo no ha sido óbice para que los colombianos reconozcamos en estos muchachos los dones y agallas que cualquiera necesita para alcanzar lo que se proponga, incluidas las altas dignidades estatales. De proponérselo, ellos podrían coronarlas.

La primera demostración la dieron al convertir un modesto almacencito de artesanías en una esplendida comercializadora internacional. Por eso resulta incomprensible que ahora nos sorprenda ver que la “confianza inversionista”, que en ellos ha depositado Uribe, la aprovechen para transformar una chagrita de 30 millones de pesos en una parcela industrial con todo y doble calzada, tren de cercanías y régimen de zona franca incluidos, y una valorización de tres mil milloncitos de pesos. ¡Qué envidia!

Tal vez lo único que justifique tanta incomprensión ante el desarrollo de ese predio, ¡que requirió de casi dos años para revalorizarse en solo un diez mil por ciento!, tal vez lo único que la justifique, además de la inevitable envidia, sea la aviesa conjetura de que los actos administrativos que condujeron a ello no se habrían producido si de por medio no hubieran estado los hijos del Presidente y algunos cuantos funcionarios dependientes de él o afines a sus banderas. De ser cierta esa conjetura, podríamos anticipar que tales actos administrativos no generarán consecuencia jurídica alguna a los implicados, y menos al Presidente, de quien todo podemos esperar, menos que haya sido un mero testigo de los hechos.

Dos casos que todavía el país recuerda con malestar, pero que los inconformes con lo aquí comentado podrían considerar irrelevantes, produjeron graves consecuencias históricas. El primero de ellos comprometió a López Pumarejo, quien tuvo que renunciar en su segundo mandato ante el escándalo protagonizado por su hijo Alfonso con los fideicomisos de la Handel. El segundo, a López Michelsen, quien, siendo presidente, tuvo que ver impotente cómo su partido perdía las elecciones presidenciales siguientes ante el escándalo suscitado por una carretera que su Gobierno extendió hasta la hacienda La Libertad, propiedad de sus hijos.

Esas eran otras épocas, por supuesto. El país de entonces, aunque sumido en mil problemas, no había caído aún en la pérdida de su dignidad como nación. El de hoy, deshonrado por tanto funcionario inescrupuloso, ha perdido incluso la noción del bien y del mal y asiste impávido a inmoralidades que en otras latitudes darían lugar a que los medios, sin ningún temor a provocar las consecuentes protestas ciudadanas, expusieran sus denuncias en forma esclarecedora, en lugar de opacarlas mediante la inteligente “combinación de todas las formas de duda”, como ocurre entre nosotros.

Por eso se hace necesario el relevo en el manejo de los destinos nacionales. Relevo que no solo implica el cambio de personajes y de actitudes morales, sino también el de intereses de clase, que es en últimas lo que puede garantizar el advenimiento de una democracia real y sólida, como solo puede serlo si se inspira en el propósito de resolver los problemas de las grandes mayorías.

El Polo Democrático Alternativo constituye para muchos la opción que se orienta a tal relevo. Pero solo podrá alcanzarlo si se acompaña del máximo de organización, de unidad y de controles que eviten que a las mieles del poder conquistado lleguen oportunistas que puedan sustituir el interés de las mayorías por sus propios intereses.

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