Por Rodrigo López Oviedo
En pasado comentario, me
referí a las largas que le estaba dando el Gobernador del Tolima a la firma de
los acuerdos a que había llegado con los campesinos e indígenas para que
levantaran el paro que por casi una semana se adelantó en el departamento. Por
fortuna para todos, el documento respectivo se suscribió y lo que queda es
esperar que se cumpla.
Uno de tales acuerdos
compromete al Mandatario seccional a poner de su parte para que los megaproyectos
de la locomotora minero energética de Santos tengan el menor impacto medioambiental posible,
lo cual implica la supervivencia de nuestra fauna y de nuestra flora, la
soberanía alimentaria, el disfrute paisajístico y cultural de la comarca, la
permanencia de los tolimenses en los que han sido sus ambientes vitales, su
salud y hasta su vida misma.
Es este un compromiso de
bastas proporciones, pues bien es sabido que más de un 70 por ciento del
territorio tolimense se halla bajo la amenaza de la mega minería, incluida
buena parte de sus cascos urbanos. Con decir que un municipio como el Líbano ya
tiene concesionado hasta el terreno que pisa su catedral.
Se trata, claro, de una
preocupación no solo de nuestros campesinos e indígenas. Si bien son ellos los
primeros afectados por estos proyectos, pues su desarrollo los obligaría a
cambiar de vocación productiva, la población urbana también ha venido haciéndose
consciente de la necesidad de repudiarlos, dados los nefastos efectos que
producirán sobre la calidad de las aguas de la región, la salubridad, el
abastecimiento de alimentos, el costo de vida y demás fenómenos inherentes a
proyectos de esta naturaleza.
De allí que se hayan producido
expresiones de rechazo popular tan gigantescas como las cuatro Marchas Carnaval realizadas
en Ibagué contra La Colosa. Para un funcionario con la responsabilidad que
atañe a un gobernador, sopesar estas circunstancias y actuar en consonancia con
ellas es lo menos que puede hacer, máxime si ha sido un compromiso expreso,
rubricado en documentos que ya se han hecho públicos.
Y a propósito: ¿A cuento de
qué migajas se ha convertido a la fanaticada del vino tinto y oro en valla
publicitaria ambulante? ¿Serán más importantes unos billetes untados de cianuro
y mercurio que la tranquilidad de unos colombianos de los que el ex senador
Camargo ha recibido tanto? ¿No existirá poder humano que haga retirar de las
camisetas del equipo la odiosa insignia de AngloGold Ashanti? Algunos dirán que
se trata de aspectos meramente cosméticos, y puede que tengan razón; sin
embargo, encarnan un simbolismo de dignidad terrígena, que debe ser en últimas
una preocupación de todas las instituciones.
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