Por
Rodrigo López Oviedo
Cuando los trabajadores de varios países, todos a
una, se dan a la tarea de preparar una huelga general y la llevan a cabo con
descomunal éxito, es porque en tales países se ha llegado a una crisis de
mayúsculas proporciones, acompañada de la pretensión de los respectivos
gobiernos oligárquicos de descargarla sobre su masa laboral.
La crisis europea es tal que, el pasado 14 de
noviembre, cientos de miles de trabajadores se vieron obligados a parar en
España, Italia y Portugal, y a realizar otras acciones de protesta en Francia, Alemania, Polonia,
Rumania, Bélgica, Inglaterra y Austria. Por su parte, los trabajadores checos y
eslovenos pararon el 17 de noviembre, y más huelgas se siguen
preparando en otros países de la eurozona. Así de grande es la necesidad de
impedir que se sigan deteriorando las condiciones de vida de estos pueblos por las
decisiones de unos gobiernos que cada vez disimulan menos el ser los defensores
a ultranza del gran capital.
La literatura marxista es prolija en el análisis
de esas crisis, que periódicamente sacuden al capitalismo, y sabia al advertir
que tarde o temprano desembocarán en el derrumbe de ese sistema. En los últimos
tiempos, se han hecho más frecuentes y duraderas, y sobre todo, acompañadas de
mayores dosis de agresividad contra los trabajadores y la población en general.
Esos agravamientos son, en parte, la consecuencia de políticas neoliberales que,
al debilitar el poder de compra de los consumidores, terminan agigantando los
niveles de inventario en las bodegas de las grandes compañías, provocando el
desempleo y generando recesión económica.
A veces se cree que las políticas neoliberales,
que en últimas se materializan en recortes a los derechos económicos, sociales,
políticos y medioambientales, son una simple manifestación del deseo de mayores
índices de ganancia de las oligarquías. Aunque ello es cierto, también tienen el propósito de responder a las crisis
descargando su peso sobre los hombros de los trabajadores. De allí que, además,
vengan acompañadas de respuestas cada
vez más combativas de parte de quienes no tienen lugar en el selecto
clan de los más ricos, como lo evidencian todas estas acciones de la masa
obrera del continente europeo, orientadas a evitar que esas crisis desencadenen
mayor desempleo, desinversión social, pérdida de valiosas conquistas laborales
y el acabose del Estado de bienestar que reinaba cuando los avances sociales alcanzados
en el llamado campo socialista
amenazaban con convertirse en un poderoso acicate para que los obreros de otros
lares se inspiraran en ellos y buscaran instaurar su propio poder.
Propio poder que no es una quimera, como lo
demuestran estos nuevos niveles de unidad y de protesta.
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