lunes, 22 de noviembre de 2010

LOS PRIMEROS 100 DÍAS DE SANTOS

Por Rodrigo López Oviedo

Así como cada año trae su navidad, cada nuevo gobierno viene con sus primeros 100 días. Ha sido tradicional que cumplido tal período, la gestión del mandatario de turno sea sometida al análisis, aun a sabiendas de que en tan escaso tiempo apenas sí logra vislumbrarse el grado de cumplimiento que será valido esperar de lo que fueron las promesas de campaña.

En el caso del gobierno de Juan Manuel Santos, el análisis no se ha podido hacer con la debida severidad, y varios son los factores que lo han impedido. El primero de ellos, y tal vez el más importante, el estado de iliquidez en que lo dejó su amado predecesor, pese a saber este la clase UNO A de escudero que tuvo en Juan Manuel mientras lo acompañó en el Gobierno.

El segundo, la obligación de destinar esfuerzos a remendar con urgencia las relaciones internacionales, y sobre todo las comerciales, con los dos socios más importantes después de Estados Unidos, las cuales fueron rotas en manifestación de los ánimos más belicistas de que tengamos noticia en la historia reciente del país. Pero también a reparar las relaciones con las Cortes, las cuales fueron víctimas de amenazas a su independencia, de persecuciones directas a sus integrantes, de chuzadas y demás vejámenes solo propios de regímenes totalitarios.

El tercero, las ollas podridas que se descubrieron en diversas entidades, incluida alguna adscrita al Ministerio de la Defensa, del cual fue cabeza visible el propio Juan Manuel Santos antes de manifestar su aspiración a la candidatura presidencial por el Partido de la U.

Y la cuarta, sin que la y quiera significar que el listado ha quedado agotado, los graves desastres generados por una naturaleza que parece desquitarse por lo poco que hacemos por preservarla y lo mucho por extinguirla.

Todos estos factores confluyen para hacer que la valoración de los primeros cien días del presidente Santos no pueda hacerse con toda la rigurosidad que fuera de esperarse. Sin embargo, sí puede decirse sin ambages que, más allá de un importante cambio de estilo, que permitió airear un tanto la política nacional, sustrayéndola del espíritu camorrista en el que la tuvo asfixiada durante ocho años el pasado gobierno, no existe ningún indicio que nos señale orientaciones socioeconómicas hacia paradigmas diferentes al mercado, a la apertura, al desarrollo de la confianza inversionista, a la supresión de derechos a los trabajadores y de garantía sociales a los colombianos, al desarrollo a ultranza de la guerra y a tantas otras políticas que nos vienen acercando a las condiciones de vida de nuestros hermanos de Haití.

¡Ojalá que despertemos pronto!

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