Entre las instituciones que podrían contribuir a hacer de nuestro planeta un mejor escenario para la vida, pocas hay tan llenas de potencialidades como la prensa.
Son tantas las posibilidades de la prensa para influir en el destino de los pueblos que, pese a no hacer parte de la estructura formal de poderes, a no depender de ejercicio eleccionario alguno y a no disponer de normas que la faculten para participar en los procesos oficiales de tomas de decisión, ha sido reconocida por muchos especialistas de la comunicación y de las ciencias sociales como el cuarto poder, es decir, como un poder de importancia por lo menos parecida al que está en cabeza del ejecutivo, del legislativo o del judicial.
Ese poder se deriva principalmente de su posibilidad de llegar al oído de los dueños del país con informaciones ciertas acerca de lo que la sociedad requiere, de las aspiraciones que la animan y de los esfuerzos que vería con gusto que el Estado hiciera para que lo que requiere y la anima se vieran prontamente concretados en realidades. Allí está parte del poder bienhechor que la prensa puede jugar, y a veces juega, en sociedades tan separadas de sus dirigentes como la nuestra, en la que los gobernantes solo ponen el oído donde están seguros de escuchar lo que les conviene oír.
Pero también deriva su poder de la inmensa capacidad movilizadora que posee. Capacidad que puede encauzar hacia fines nobles, como lo demostró al lograr que los colombianos viéramos con el corazón la dantesca tragedia de Haití y acudiéramos generosos en ayuda de estos sufridos hermanos. Pero capacidad que también puede utilizar para manipular y desmovilizar ante hechos que reclamarían una respuesta ciudadana activa, como el genocidio de la UP, la reciente y vigente captura del Estado por bandas criminales, los crímenes de la fuerza pública bautizados como falsos positivos y los escándalos de Agro Ingreso Seguro, ante los cuales esa prensa ha cumplido exitosos esfuerzos para que sean de escasa repercusión social.
Tal ambivalencia la explica el que los dueños de los medios sean, en general, los mismos dueños del país. Esto les permite, además de comportarse como cualquier grupo societario deseoso de las máximas ganancias, utilizar a los medios en la defensa del statu quo. Y aunque bajo condiciones favorables pueden permitirse algunos disimulos, estos desaparecen cuando tales condiciones se vuelven definitivamente adversas, caso en el cual pasan a comportarse como los medios venezolanos, los cuales se han transformado en auténticos directorios políticos ante la ostensible pérdida de influencia social de los partidos oligárquicos y el imparable avance de un proceso que amenaza con despojarlos definitivamente del poder.
A los ciudadanos del común nos interesa la libertad de prensa, pues sin ella no es posible la libre circulación de las ideas ni el pleno ejercicio del derecho a la información veraz y objetiva. Y no pudiendo ver que los grandes medios puedan satisfacernos tales aspiraciones, nos corresponde asumir la tarea inmediata de consolidar los pocos medios de que dispone nuestro pueblo, sobre todo ahora que en el vecindario latinoamericano se están dando tan interesantes fenómenos políticos, con cuya difusión y análisis podríamos contrarrestar más eficientemente el propósito oligárquico de empujarnos contra nuestros países hermanos e impedirnos la construcción de una patria mejor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario