Por Rodrigo López Oviedo
El pueblo sigue reclamando en
las calles, y con qué vigor, soluciones inmediatas a un sinnúmero de problemas.
Tal vez el más importante sea el del desempleo. Quien lo padece no puede
resolver otros problemas que podrían solventarse con un salario. Pero a la par
que empleo digno, es decir, bien remunerado y con todos los derechos prestacionales
y de seguridad social que se merecen los productores de la riqueza nacional y
que una sociedad democrática debe garantizarles, este pueblo también está
reclamando las contraprestaciones que es lógico esperar de un Estado que no
solo le cobra impuestos, sino que también debería ser el administrador
eficiente de las riquezas de la nación.
El problema es que las ingentes
sumas originadas en los impuestos se destinan en elevadísimo porcentaje a la
defensa de los intereses de las clases oligárquicas, y las riquezas patrias le vienen
siendo entregadas al capital extranjero a precios de gallina flaca.
Por eso las protestas callejeras
se estén convirtiendo en pan de cada día, y cada día cobran mayor esplendor y
fuerza. Las del pasado 19 de julio, realizadas en todo el país, estuvieron
orientadas a la derogatoria de la Ley 100, de la cual fue ponente un señor que
después terminó luciendo poncho y perrero desde la Presidencia de la República y
al que le debemos que la salud esté saliendo de cuidados intensivos rumbo a la
morgue. Varias de estas protestas contaron, como casi nunca había ocurrido, con
la presencia de autoridades oficiales en varias ciudades, lo cual deja
traslucir que el descontento no está solo entre los gobernados.
Pero, además de lo anotado, tuvo otro ingrediente especial, del cual lo
único lastimoso es que, como suele suceder, haya terminado siendo silenciado
por los grandes medios. En medio del multitudinario despliegue de camisetas
blancas con que se adornaron los concurrentes, otros cientos de ciudadanos se
hicieron sentir con otras camisetas, blancas también, pero con un Bolívar
desnudo al pecho que empuñaba el tricolor nacional. Eran hombres y mujeres que salieron
de los más diversos confines de la patria a
constituir los Consejos, los Comités y las Juntas Patrióticas
departamentales, es decir, las instancias de dirección regional que han de
replicar en cada departamento las orientaciones nacionales de la Marcha
Patriótica, y que quisieron recibir su bautismo en esta jornada.
Ese es el camino que viene
trasegando nuestro pueblo: el camino de la organización al calor de sus propias
movilizaciones. Es el camino que debe recorrerse cualquiera que sea el altar en
el que se comulgue, especialmente si es en el del Polo, si no se quiere quedar
desbordado por la historia.
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