Por Rodrigo López Oviedo
Las vigorosas marchas de los trabajadores estatales,
realizadas bajo el cálido sol del pasado 30 de mayo y el pesado silencio de los
grandes medios, representan una ratificación de la indignación que hemos venido
evidenciando durante los últimos años y a la que nos están conduciendo todas
las políticas neoliberales de las castas oligárquicas en el poder.
Podría decirse que los colombianos, mediante tales
movilizaciones, nos estamos sintonizando con muchos otros pueblos del mundo,
otrora poderosos y estables, como los europeos y de Estados Unidos, de los
cuales resultaba impensable verlos en el estado de conmoción en que hoy se
encuentran, exigiendo el fin de políticas que a nosotros también nos han sido
impuestas y que al igual que a nosotros los están dejando sin pan y sin techo,
sin educación y salud.
Sin embargo, a
diferencia de tales movilizaciones, las nuestras no obedecen a inciertas
convocatorias que llegan por las redes y de las que se desconocen sus orígenes,
aunque hayan tenido garantizado su éxito por tocar las fibras más sentidas por esas sociedades, que ya habían sido estimuladas por políticas
neoliberales impuestas con el fin de
exacerbar la explotación en provecho de los dividendos del gran capital o buscando
la solución de la profunda crisis capitalista.
No, nuestras movilizaciones, ya sean las adelantadas
por los corteros de caña, por los trabajadores de la salud o de la educación,
por los indígenas con su Minga, por los estudiantes universitarios con su MANE,
por los luchadores contra la megaminería, por quienes salen en defensa del
medio ambiente y la soberanía, o bien sean las movilizaciones del Congreso de
los Pueblos o de la Marcha Patriótica, todas esas movilizaciones sociales han
tenido en común que se sabe a cierta quienes las han convocado y con qué
propósitos y, lo que es más importante, que casi todas han dejado estructuras de
organización que les permiten proyectar nuevas movilizaciones en procura de sus
objetivos, tanto los específicos como los generales.
Tal vez el factor de menor progreso, pero que a las
claras nos muestra un derrotero hacia el que debemos avanzar, es el relacionado
con la sincronización de todas esas iniciativas y organizaciones. Seguimos
todavía sometidos al espíritu de capilla, aunque con obispos y arzobispos menos
dados a los dogmatismos del pasado y más llamados a dialogar. Eso es lo que se
está logrando a través de la Coordinación de Movimientos Sociales y Políticos
de Colombia y lo que quedó corroborado con la movilización de la Marcha
Patriótica.
Ojalá que ese espíritu prevalezca y se desarrolle.
Nuestros indignados hermanos, los trabajadores europeos y estadounidenses,
recibirían agradecidos nuestro aleccionador ejemplo.
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