lunes, 7 de febrero de 2011

LOS DÍAS DE LA IRA

Por Rodrigo López Oviedo

No ha sido solo el viernes de la ira; han sido muchos los días durante los cuales tan justificado sentimiento ha movilizado, y de qué manera, a varios de los países árabes, de los cuales pocos hubiéramos esperado una explosión social como la que vienen mostrándole al mundo, que los observa con indecible interés.

En los inicios fue Túnez. Este valiente pueblo solo requirió 29 días de luchas intensas para poner de patitas en el extranjero al dictador Ben Alí, quien durante 23 años dejó por fuera de los escenarios del poder a las mayorías de su país. Y aunque Destourien, su partido de gobierno, todavía permanece a la sombra, tiene en frente a un pueblo que, izando jazmines y pagando el inmenso precio de doscientos mártires, recuperó la confianza en sí mismo como protagonista de su destino y la certeza de que sabrá sacar adelante los programas que originaron su alzamiento.

También han sido los pobladores de Yemen, de Jordania, de Argelia, de Marruecos y de Siria. En algunos de estos lugares más que en otros, pero definitivamente en todos, ha venido desfogándose la impaciencia contenida por muchos años, tras malestares de pobreza, desempleo, inseguridad, represión y malos ejemplos de los usurpadores del poder, quienes lo han aprovechado para convirtir en suyo lo que está llamado a utilizarse en la solución de los graves problemas de la sociedad.

Y también ha sido Egipto, país en el que las convulsiones han adquirido mayor fuerza, como mayor ha sido la expectativa generada por su desarrollo, sobre todo por ser su presidente, Hosni Mubarak, el principal aliado de Estados Unidos e Israel en el norte del África, lo cual le confiere una especial importancia, pero también por ser el país más poblado de la comunidad árabe. 80 millones de egipcios dependen, para bien o para mal, de los logros que alcancen ellos mismos con su alzamiento, los cuales afectarán, acentuando o atenuando, las demandas de los otros pueblos hermanos.

Hasta dónde resulten victoriosos estos alzamientos es prematuro afirmarlo. Pero ellos debieran constituir una voz de alerta para nuestras oligarquías, que no han querido entender que también entre nosotros se necesita un cambio que recomponga las relaciones de poder y vierta sobre la sociedad todo el cúmulo de felicidad con el que soñaba el Libertador Simón Bolívar. De lo contrario, a nosotros también nos llegarán los días de la ira. También nosotros saldremos del embrujo en que nos sumergió un encantador de serpientes y, concertados en unidad, generalizaremos ese reclamo por la vida digna que ya levantan el Polo Democrático Alternativo y sus potenciales aliados del espectro social.

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