lunes, 13 de diciembre de 2010

DEBEN ABRIRSE LAS PUERTAS DEL DIÁLOGO

Por Rodrigo López Oviedo

El anuncio de las Farc de liberar a tres uniformados y dos civiles ha colmado de alegria a estos sufridos compatriotas, a sus familias y a los colombianos que verían complacidos que este nuevo ramillete de liberaciones se transformara en una luz de esperanza para el inicio de acercamientos de paz entre esta organización guerrillera y el Gobierno.

Para muchos de estos colombianos pareciera que tal luz hubiera sido reforzada por Juan Manuel Santos. El Presidente recuerda, y quiere evitar para sí, los bochornos sufridos por su antecesor cuando era recibido en los escenarios internacionales con sillas vacías y pancartas contra su gobierno. Por eso ha manifestado tener la mayor disposición a facilitar las cosas para que la ex Senadora Piedad Córdoba pueda cumplir la labor de intermediación solicitada por las FARC y propiciar a los liberados un retorno sin contingencias, eso sí, sin autorizar que su respuesta sea interpretada como un principio de intercambio humanitario.

En esto, el Presidente parece confundir la extrema obsecuencia que los colombianos evidenciamos ante los mandatarios de turno con una supina ignorancia que nos llevaría a confundir lo unilateral de la decisión que las FARC han anunciado con un acuerdo que ellas han buscado con casi siempre poca fortuna entre los mandatarios del pasado, pero con ninguna durante los últimos ocho años, en la mayoría de los cuales el hoy presidente de la República fungió como ministro.

De esa confusión debe salir pronto el Presidente Santos. Pero tan importante como salir de ella es que salga también de los prejuicios heredados de su antecesor respecto de los caminos que debe seguir para lograr al anhelado propósito de la paz, si efectivamente quiere llegar a ella. Él tiene claro que el camino de los fusiles y las botas no dió resultados cuando las entonces futuras FARC-EP eran apenas cuatro decenas de desarmados combatientes, ni los dará ahora cuando esas pocas decenas se han multiplicado por cientos y no propiamente de combatientes desarmados.

Lamentablemente, antes que la paz, lo que el Mandatario anhela es perpetuar la guerra. Así haya dicho en su posesión que las puertas del diálogo no están cerradas con llave, el no querer mostrar una que convenga a esos anhelos, sino otra cargada de claves, de condiciones y de impedimentos, ante la cual no sirve de ganzúa siquiera la decisión de estas nuevas liberaciones, hace infundado ver en la alegría que esta produce el principio de los acuerdos que conduzcan a la erradicación de todo tipo de violencia en las contiendas políticas y a la reconciliación sobre bases de justicia, equidad y bienestar para todos los colombianos.

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