lunes, 13 de septiembre de 2010

EL DESANGRE DEBE CESAR

Por Rodrigo López Oviedo

Durante el gobierno de Juan Manuel Santos, ya casi medio centenar de miembros de la fuerza pública han visto declinar su existencia a manos de la guerrilla, pero tan lamentable hecho no ha sustraído al Mandatario de su actitud de siempre, la de mirar el conflicto como si este fuera una historieta del Lejano Oeste en la cual hay que jugar al vaquero que más indios mate. Ni siquiera parece percatarse del horror a que están sometidas tanto sus fuerzas como las contrarias y, con unas y otras, sus respectivas familias.

Que el intercambio humanitario no pueda realizarse porque ello sería tanto como equiparar a valerosos servidores públicos con forajidos sin corazón es cosa que nadie entiende. Quien entrega lo malo para a cambio recibir lo bueno está haciendo un gran negocio. Por eso resulta absurdo que Santos se niegue al intercambio, sobre todo cuando sabe que los hombres que tendría que entregar están seguros, aunque hacinados, en las cárceles del país, mientras que sus propios servidores están padeciendo cautivos los horrores de la guerra en las profundidades de la selva.

Ni siquiera un imperativo moral de tan trascendental importancia como es el agradecimiento presiona al Gobierno a favor del intercambio: Con él se le pagaría una enorme deuda a esos compatriotas que están purgando el pecado de haberse comprometido a defender con su vida un orden que muchos, por considerarlo injusto, quisiéramos ayudar a cambiar, aunque por métodos diferentes a los de la guerrilla. Ese imperativo sería suficiente para mover el corazón del Mandatario, pero no nos hagamos ilusiones: de desarreglos morales está llena la historia de nuestros dirigentes.

Los colombianos necesitamos de una política de paz que nos ponga en condiciones de poder aprovechar las potencialidades que se vienen desperdiciando en esta guerra ya cincuentenaria. Las muchas declaraciones hechas en tal sentido, incluidas las de las nuevas autoridades eclesiásticas, así como la reciente de Alfonso Cano, deberían someterse a examen bajo la luz de esa conveniencia patria, pero, sobre todo, poniéndolas en el contexto del anuncio del presidente Juan Manuel Santos de querer impulsar un paquete de reformas, como la relacionada con el problema de la tenencia de la tierra, en la cual está representada una de las banderas fundamentales de los alzados en armas.

De ser cierto ese deseo reformista, allí habría una veta temática en torno de la cual podrían iniciarse conversaciones entre guerrilla y Gobierno, las cuales, adobadas con el intercambio, podrían acercarnos al fin del conflicto. Lamentablemente Santos anda comprometido en reconstruir su imagen, y no serán la paz ni las reformas las que lo separen de tan importante objetivo.

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