lunes, 20 de septiembre de 2010

AQUELARRE NO DEBE MORIR

Por Rodrigo López Oviedo

De acuerdo con lo dicho por el profesor Julio César Carrión, director del Centro Cultural de la Universidad del Tolima y por nueve años editor de la revista AQUELARRE, esta importante publicación, de inmensa acogida en los medios académicos del país, ha sido condenada a desaparecer por las directivas universitarias. Los recursos financieros requeridos para su publicación no solo no le están llegando, sino que están en riesgo de no volverle a llegar, lo cual la pondría definitivamente por fuera de la retina de quienes, por tener una proximidad más o menos estrecha con los programas culturales de la Universidad, ya nos hemos acostumbrado a sus rigurosos contenidos.

El número de las publicaciones periódicas que desaparecen es elevado. Incluso resulta infinito el de las que no sobreviven a su primera edición, y no sería de preocuparnos por un caso más. Sin embargo, por ser Aquelarre la única en asumir la enorme responsabilidad de irradiar brillo a nombre de una universidad que, como la del Tolima, está obligada a responder a los desafíos que la ciencia y la cultura le plantean a la región, esa desaparición, luego de 18 ediciones, sí que debe preocuparnos.

Sus páginas han servido para ponernos en contacto con personajes comprometidos con el arte, la filosofía, la sociología, la política y cuantas manifestaciones del espíritu más hayan exacervado el interés del ser humano. No ha sido raro encontrar en ellas la coexistencia de seres tan disímiles como Sócrates, Keynes o Borges; tampoco tan próximos a nuestras entrañas como Luis Fernando Rozo, Benhur Sánchez o Vargas Celemín; ni tan de otras latitutudes y tiempos como Hipatia o Sócrates; o desarrollos de temas tan variados como Eros y política, por Rafael Gutiérrez Girardot, o Marcos y los zapatistas, por Ángela Patricia Salamanca Garzón.

En fin, son muchos los motivos que nos harían ver una gran pérdida en la desaparición de Aquelarre, así como inmensa la responsabilidad de quienes pudiendo evitar la ocurrencia de tan deplorable suceso no hiciéremos lo debido por impedirlo.

Por eso debemos acoger como nuestras las preocupadas voces del profesor Carrión, que claman solidaridad para con la revista, e instar a las directivas de la Universidad a que desistan de lo que el propio Carrión ha denominado una “acción persecutoria, revanchista y falaz” contra ella. Necesitamos garantizar que se sigan dando esos orgiásticos rituales de brujas y hechiceros que periodicamente nos traen sus páginas y que podamos seguir en su disfrute los que, amigos impenitentes de las utopías, no aceptamos que la sociedad pueda caer bajo los dictados del pensamiento único, cuyos defensores parecen ser los que se esconden tras estas amenazas.

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