lunes, 14 de diciembre de 2009

UN DISCURSO CÍNICO Y PREPOTENTE

Por Rodrigo López Oviedo

Leer las palabras de Obama en agradecimiento a su Nobel de Paz es encontrarse con un discurso cínico y prepotente.

Impregnado de ese espíritu de guapetón perdonavidas que parece contagiar a casi cuanto compatriota suyo se hace inquilino de la Casa Blanca, Obama llegó a Oslo con una pieza oratoria que más pareció un galimatías de guerrero pacifista, hecho a propósito para que el Comité Nobel no tuviera pena de reiterarse como otorgante de un Premio que fue establecido para reconocer logros de paz y que terminó entregándolo al presidente de la potencia que, con Alemania, más dolor y muerte ha causado en el mundo.

Aparentando desconocer el protagonismo del aparato de guerra norteamericano, Obama inocentemente confiesa que las manifestaciones de destrucción y muerte que ha sufrido la humanidad obedecen, no en gran parte a la actividad de ese aparato, sino a la inagotable “capacidad de los seres humanos de idear nuevas maneras de matarse”, a que “la maldad sí existe”, a que “la fuerza es a veces necesaria”, y a “las imperfecciones del hombre y los límites de la razón”, ante lo cual él se reserva el derecho de actuar unilateralmente, si es necesario para defender a su país.

Por supuesto que tan enternecedoras palabras no alcanzaron para desteñir siquiera las horribles manchas que cayeron sobre el Comité Nobel al profanar el Premio con el craso error de esta escogencia.

Muchas de las críticas que sucedieron al discurso no fueron más que repetición de las que hubo cuando se supo sobre quién recaería la distinción; solo que ahora estaban confirmadas por los “olvidos” de lo dicho en campaña, aunque más valdría decir que por las certezas de que el presidente de Estados Unidos, quienquiera que sea, no puede ni intentar siquiera torcer la voluntad del estamento industrial – militar de ese país, ni subvertir su papel rector de la política de guerra que establece desde el Pentágono.

Por eso resultan mentirosas las afirmaciones de Obama en el sentido de que Estados Unidos no es responsable de una de las dos guerras en que hoy se encuentra directamente comprometido. Lo es, y no solo de esa. Lo es de casi todas las que vinieron después del holocausto en que nos hundió el fascismo, y lo será de las que vengan si no logramos encontrar el mecanismo que lo haga retroceder en las tesis que expuso su presidente sobre guerras justas y guerras preventivas, a las cuales se puede acudir, según dijo, si se libran como último recurso o en defensa propia y si la fuerza utilizada es proporcional a la de los contrincantes y no se somete a civiles a la violencia.

¡Qué cinismo! ¿Será que las fuerzas que Estados Unidos despliegan en Irak y Afganistán actúan en defensa propia y son proporcionales a las que pueden utilizar los naturales de esos países? ¿Será que lo fueron las que desplegaron en Vietnam, Laos, Camboya o Grenada? ¿Será que las víctimas de estos conflictos no fueron o están siendo fundamentalmente los civiles, como lo fueron casi exclusivamente las de Hiroshima y Nagasaki? Y con respecto a “último recurso”, ¿será que así se seguirá llamando la falta de docilidad de los gobiernos que por carecer de ella terminarán siendo agredidos?

Definitivamente se trató de un discurso cínico y prepotente.

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