Por Rodrigo
López Oviedo
Si fuera cierto que el Gobierno
nacional y las guerrillas de las FARC se encuentran en tanteos serios y
sinceros para comenzar la búsqueda de una solución política al ya casi
cincuentenario conflicto social y armado que ha azotado al país, la sociedad en
pleno debería mostrar su regocijo y apoyar tan noble propósito.
Han sido muchos los
sufrimientos que el pueblo colombiano ha padecido por culpa de esa atroz
combinación de diversas formas de violencia que desde siempre han ejercido en
su contra las castas oligárquicas más reaccionarias, las mismas que hoy se
empeñan en cubrir de estigmas una iniciativa de cuyo curso tienen sospechas y que,
de ser cierta, a todos los demás debería alborozarnos.
Lo más curioso es que
quien más estigmatiza hoy los presuntos diálogos es el mismo personaje que,
estando en las postrimerías del primero de sus dos mandatos, anunció con bombo
y platillos haber llevado a la guerrilla al principio de su fin, todo para
justificar el cambio de un articulito de la Constitución que le garantizaría un
nuevo período presidencial, durante el cual remataría su obra. Seis años
después, esa guerrilla no solo no muestra ningún signo de decaimiento, sino que
sigue hablando y dando de qué hablar, al tiempo que nuestro pueblo se sigue
desangrando y sufriendo de desplazamientos, desapariciones y extremas
privaciones.
El balance no da entonces
para loas. Se requiere hacer de la sensatez la perpetua compañera de un proceso
en el cual debe partirse del reconocimiento de la probada ineficacia militar y
que no se oriente exclusivamente al silencio de los fusiles. Las guerrillas no
estarían dispuestas a aceptar tal cosa después de tantos años de haber estado en
lucha tras un programa que hoy conserva plena vigencia, así su conquista les haya
resultado esquiva. Aceptarían, sí, una solución que les garantice algunas
reivindicaciones contenidas en él (reforma agraria, por ejemplo), al igual que posibilidades
para continuar su accionar político a través de mecanismos que vayan más allá
de los actuales remedos de democracia.
Por eso se hace necesario
desarrollar un gran movimiento que parta de la experiencia de organizaciones
como Colombianas y Colombianos por la Paz, que ya tienen andado algún camino en
ese propósito. Una de las tareas principales de tal movimiento debe ser la de
contrarrestar las engañifas y escepticismos que urdan contra la paz quienes se
lucran con el multimillonario negocio de la guerra y que con triquiñuelas y
trapisondas pretenderán reeditar fracasos como los que produjeron en procesos
que bien conocemos, como el de El Caguán, e impedir que la llamada sociedad
civil se movilice para hacer realidad esta nueva esperanza.