Por
Rodrigo López Oviedo
El
presidente Santos le ha anunciado al país una reforma tributaria “para que
chillen los ricos”. Conocidos los primeros pronunciamientos de su ministro de
Hacienda, parece que los chillidos no tendrán tal origen, pues se seguirá por
los caminos de la postración del Estado ante el gran capital y de deterioro de
los intereses populares.
Hace
algo más de 30 años, las sociedades anónimas (fundamentalmente sociedades entre
ricos) pagaban un impuesto de renta del 40 por ciento, sus accionistas
tributaban por los dividendos que ganaban y, como parte de las políticas de protección
a la industria nacional, se gravaban las mercancías extranjeras con altas tasas
arancelarias. También por ese entonces, las sociedades de responsabilidad
limitada (fundamentalmente, sociedades entre pobres) tributaban el 20 por
ciento y las cooperativas estaban exentas de todo pago.
El
panorama de hoy es completamente distinto, pero solo para bien del gran
capital. A las sociedades anónimas se les redujo el impuesto al 33 por ciento,
las tasas arancelarias a casi ceros, se eliminó el impuesto a los dividendos y
se crearon zonas francas por doquier, con impuestos irrisorios. Y para compensar
el daño causado al erario por tan nefastas reformas, a las sociedades de
responsabilidad limitada se les niveló la tarifa con la de las sociedades
anónimas, se creó el IVA, a las cooperativas se les estableció un impuesto del
20 por ciento y, con la flexibilización laboral, se impuso la retención en la
fuente sobre las rentas de trabajo.
Como si
semejante historial no diera suficientes evidencias del favoritismo oligárquico
con que han sido manejados los tributos, con la nueva reforma se busca que siga
cayendo en picada el impuesto al gran capital, mientras, compensatoriamente, se
nos anuncia la creación de un IVA del cinco por ciento a los productos de la
canasta familiar que estaban exentos, disque porque el 70 por ciento de tales
exenciones solo beneficia a los ricos. Claro que con los niveles de consumo del
resto de la población, esta afirmación sí resulta irrebatible.
Ahora Santos
ha dicho que no respaldará la extensión del IVA a nuevos productos por la
imposibilidad de devolverles a los estratos más humildes lo que paguen por tal
concepto. Seguramente se imaginó a esos millones de pobres haciendo apretujadas
colas para que les devuelvan los 15 o 20 mil pesos que les arrebataría la reforma.
Esta es una buena razón, pero sería preferible que, antes que por ella, se preocupara
por el paro cívico nacional que le “chilla” pierna arriba, según los anuncios
hechos desde tantos eventos populares como los que se han realizado, y muy
especialmente desde la Marcha Patriótica.
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