domingo, 20 de mayo de 2012

DE INMUNIDADES E IMPUNIDADES

Por Rodrigo López Oviedo

Se volvió costumbre del Gobierno tirar la piedra y esconder la mano; negar los hechos en la tormenta y reconocerlos en aguas calmas; aceptar que las cosas pasan solo cuando son incontrovertibles. Así lo vimos en la historia de humildes muchachos que terminaron asesinados dentro de un alevoso plan para cobrar los beneficios ofrecidos en memorandos militares a los que pronto se les descubrieron sus aristas criminales.  

Episodios de tal naturaleza solo en una ocasión generaron el debido remezón. Por ese entonces, las evidencias se hicieron tan ostensibles, y las responsabilidades llegaron a tan altos niveles, que el comandante general del Ejército, tres generales más, 11 coroneles y un mayor tuvieron que verse defenestrados de sus cargos al hacérseles imposible demostrar el embuste de las muertes en combate.

Ese episodio en particular hizo notorio un escandaloso encadenamiento de complicidades que, por no siempre salir a la luz pública, dejan ocultos a los responsables de unas estrategias de seguridad orientadas a eternizar un statu quo que solo beneficia a unas cuantas familias, de las cuales forman parte uno que otro de los muchos funcionarios que hoy se creen dueños del poder, no siendo en verdad más que ingenuos servidores de los verdaderos dueños, así finalmente saquen un modesto partido de las posiciones que ostentan.

En esa cadena de responsabilidades están los ejecutores tácticos de las decisiones estratégicas, que son los que asumen las culpas por los fracasos en que se incurra. Allí siempre habrá oficiales de variada graduación, puestos todos en camino a un generalato al que podrán acercarse, o incluso llegar, según sea su grado de obsecuencia en el cumplimiento de las estrategias.

Están también los otros, los inmostrables, los del trabajo sucio, los mancusos, aquellos personajes siniestros que no reciben charreteras ni rangos honoríficos, pero sí poderes libres de toda jurisdicción que no pueda sustraerse al imperio de sus armas.

Todos pagan sus responsabilidades con la impunidad; pero cuando esa impunidad se les hace imposible, los primeros pagan con el cargo, y algunas veces con las rejas; los segundos con las rejas, y si saben mucho, con la extradición. Ah, y ambos con el riesgo de pagar también con el silencio de los camposantos.

Los que sí nada pagan son los responsables de todo: los grandes dueños del país, que son los mayores beneficiados con tan vergonzosas complicidades. Y entre ellos, el que nos ha sembrado de más vergüenza, el mandatario del poncho y el perrero, que aunque le sean señaladas sus culpas por los mancusos que ayer le sirvieron, continúa orondo enrostrándonos la impunidad a que le da lugar la inmunidad presidencial. ¡Por ahora!

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