domingo, 19 de junio de 2011

EL POLO Y LA PAZ

Por Rodrigo López Oviedo

No parece haber mucha consistencia entre la aseveración del presidente Santos de tener en sus manos la llave de la paz -lo que haría presumir que también tiene intensiones de alcanzar tan anhelado bien- y sus actos de gobierno. Por el contrario, quienes quisiéramos ver materializadas en hechos tales intensiones nos encontramos cada día con evidencias que las desvirtúan.

Sus iniciativas ante el Congreso son el mejor ejemplo de lo dicho. Con ellas podría ir creando condiciones para satisfacer el reclamo de justicia social que demandan los alzados en armas como prerrequisito para firmar la paz, pero, por el contrario, las utiliza para acentuar el régimen de inequidad y exclusión que golpea a las mayorías. Así lo demuestran su acto legislativo de sostenibilidad fiscal, su Plan Nacional de Desarrollo, su preocupación por centralizar las regalías y su proyecto de reestructurar la educación superior, entre otras iniciativas.

Las guerrillas, por el contrario, han venido sosteniendo que quieren conversar sobre la paz; pero no la paz de los sepulcros, sino la paz con justicia social; y no solo para hoy, sino con plenas garantías de cambios que garanticen el no retorno a las condiciones que las vieron nacer. Y aunque algunos han querido hacer ver en tales declaraciones la prueba de los cantos de victoria que exitosamente logró gravar el presidente del perrero en las entendederas de muchos colombianos, Juan Manuel Santos debería aprovechar esa sumatoria de declaraciones y victorias y darle curso al clamor de tantos colombianos que se pronuncian por la formalización inmediata de un proceso de paz.

Lamentablemente, le rehúye como el ratón al gato a ese proceso, pues tiene detrás al sector oligárquico que se ha enriquecido con la industria de la guerra y que bien sabe que un proceso de paz sería nuevamente aprovechado por la insurgencia para descorrer el velo que oculta las exageradas tasas de ganancia de los sectores financieros, la exclusión de toda representación política de los sectores populares, el arrinconamiento de los campesinos e indígenas por narcoparamilitares , terratenientes e impulsores de los megaproyectos agroindustriales y mineros y la aplicación de políticas neoliberales que privan a los colombianos de sus derechos, dejan a la sociedad sin participación en los bienes que deberían ser públicos y a Colombia convertida en país donde las trasnacionales hacen su agosto.

Al movimiento popular le corresponde liberar al Presidente de esa nefasta influencia y ponerlo a tono con su discurso de posesión. Para ello requiere fortalecer un partido que, como el Polo, esté dispuesto a orientarlo hacia tal fin y, por ahora, a combinar las tareas electorales con la lucha por la paz.



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