domingo, 27 de noviembre de 2011

LA VERDADERA INCLUSIÓN

Por Rodrigo López Oviedo

Con el encomiable propósito de visibilizar y recuperar para las mujeres el estatus social que en casi ninguna parte se les ha reconocido, se ha vuelto frecuente mencionarlas por separado de los hombres. Así, por ejemplo, escuchamos que se presentan saludos “a las y los jóvenes” o se felicita a “las y los deportistas que salieron vencedoras y vencedores” en una justa deportiva. Tal tipo de expresiones son redundantes ya que incluyen dos veces a las supuestamente excluidas: primero, al mencionarlas expresamente (las jóvenes, las deportistas, las vencedoras) y, segundo, al utilizar un género, el masculino, que en plural las abarca cuando no se da a entender que se alude solamente a hombres.

Este error se origina en la falsa creencia de que sexo y género es lo mismo. En el mundo, muy pocas cosas tienen sexo; tan pocas que tal posesión solo es característica de los seres vivos, y sin embargo no de todos. El género, en cambio, le es inherente a casi todo lo existente. Esto hace que encontremos muchas cosas con género pero sin sexo: la ventana y la luna son de género femenino, pero no tienen sexo; el camión y el ruido son de género masculino, pero tampoco tienen sexo. Incluso la Real Academia Española señala que el género es inherente a los sustantivos y a algunos pronombres, no a las cosas.

Tal vez sea el movimiento feminista uno de los mayores causantes de este dislate lingüístico. Las feministas suelen quejarse de que nuestro idioma presenta vicios de exclusión que afectan a las mujeres. Para rebatir tal argumento, podemos afirmar que, muy por el contrario, nuestro idioma ha sido generoso con ellas al entregarles un género para su uso exclusivo, mientras que al hombre lo hizo presunto dueño de otro que solo puede utilizar con exclusividad en número singular, pues, cuando adquiere pluralidad, lo debe compartir con la mujer, su querida compañera de tránsito por esta vida.

A quienes demandan el uso separado de ambos géneros, tanto para evitar que las mujeres sean invisibilizadas como para reclamar su mayor inclusión, hay que decirles que la mejor forma de lograrlo no está en convertir nuestro bello idioma en un galimatías carente de fluidez y de esplendor. Tan nobles propósitos solo pueden alcanzarse mediante la mayor vinculación de las mujeres a las luchas contra el establecimiento, este sí verdadero culpable de esos fenómenos. Cuando a la mujer se le garanticen sus derechos en pie de igualdad con el hombre, podrá decir que esa inclusión está dada; pero ello solo será el producto de grandes transformaciones sociales, las cuales son inconcebibles sin la participación de ella.

lunes, 21 de noviembre de 2011

APRENDAMOS DE LOS ESTUDIANTES

Por Rodrigo López Oviedo
En los análisis de la victoria obtenida contra la nefasta reforma a la ley de educación superior, un aspecto al que no se le ha dado mayor importancia es al relacionado con el desacato que en la práctica le propinaron los estudiantes a la llamada Ley de seguridad, la cual ha convertido en delito la protesta ciudadana.

Con sus multitudinarias movilizaciones, en varias de las cuales se rompió con la tradición al acompañarlas con danzas, fanfarrias, zanqueros, bullerengues y demás expresiones del folclor popular, los estudiantes le dieron al Gobierno una soberbia demostración de que por encima de lo que pretenda prohibir como escudero de las castas dominantes está lo que el constituyente primario quiera reivindicar.

En ello jugó un papel fundamental la unidad que lograron crear en torno al objetivo de impedir la escalada privatizadora que contenía el proyecto de reforma a la Ley 30 y al deseo de conquistar un modelo de universidad alejado de los patrones neoliberales; pero también tuvo su importancia, y fundamental, el que tal unidad lograran articularla en torno a una organización, la Mesa Amplia Nacional Estudiantil, que fue capaz de armonizar las diferentes posturas ideológicas y políticas que hacen del movimiento estudiantil un crisol con elementos tan difíciles de alear.

Existiendo condiciones objetivas concretas, la organización y la unidad en torno a propósitos claros son los que hacen de las masas el factor más importante del devenir histórico. Con unidad y organización, ellas terminan sustrayéndose de los mandatos de quienes tradicionalmente han definido las reglas de juego y determinando el rumbo que ha de seguir la sociedad.

Por eso no se nos haga raro que ante las masivas movilizaciones estudiantiles, acompañadas en buena medida por padres de familia, el Gobierno haya optado por dejar para después el estreno de la ley de seguridad. Un después al que de seguro le sobrevendrán nuevas postergaciones, pues también de seguro seguirá siendo iluminado por el ejemplo del movimiento estudiantil.

Esas son experiencias en las cuales el Polo Democrático Alternativo debe procurar fecundarse. Sólo un Polo inmerso en las masas y conciente de las necesidades que les son más susceptibles de generar una unidad más estrecha; solo un Polo organizado por la base, capaz de movilizarlas en procura de las reivindicaciones que tales necesidades demandan; solo un Polo así puede convertirse en la alternativa de poder que su nombre deja traslucir. Lo contrario es dejar que el Partido se disuelva en períodos de olvido para despertar cada vez que así se lo demande una nueva contienda electoral.

Aprendamos de los estudiantes. Ellos nos han redescubierto el poder de la unidad y la organización.

lunes, 14 de noviembre de 2011

SE PUDO, SE PUEDE Y SE PODRÁ

Por Rodrigo López Oviedo

No sé si risa o lástima, pero uno de tales sentimientos debió despertar el presidente Santos cuando manifestó que ordenaría el retiro del proyecto de reforma a la ley de educación superior “en un gesto de buena voluntad”.

Cuál buena voluntad, nos preguntamos, si lo que movió su decisión no fue más que el temor a que aumentara la protesta en las calles, como intuía que ocurriría, y en efecto ocurrió el 10 de noviembre, cuando los estudiantes asumieron los retos de impedir que se les deje sin el reconocimiento de la educación superior como un derecho y evitar que este se convierta en una mercancía más, como ha ocurrido con tantos otros.

El proyecto de reforma a la educación superior contemplaba en sus trazos iniciales la pretensión de abrirle la puerta al capital privado a través de la autorización para que las universidades funcionaran con ánimo de lucro, lo cual se convirtió en el primer motivo de las encendidas protestas; tan encendidas que ya de entrada obligaron al Gobierno a refundir tan impopular anuncio.

Y no es que los estudiantes estuvieran cómodos con la Ley 30. Muy por el contrario, ella constituye el soporte legal al pisoteo de principios que a cualquier persona con ideales apenas sí liberales deberían resultarle inconculcables, como son los de la autonomía universitaria, la democracia, el cogobierno y la total financiación estatal, incluidos el bienestar universitario y el pasivo pensional.

Por eso no ha sido suficiente con el anuncio de retirar el regresivo proyecto. Los estudiantes quieren efectivamente una reforma, pero progresista, de avanzada; y ello es lo que justifica que el movimiento se haya materializado en tantas marchas y mítines y en un paro de casi dos meses de todas las universidades públicas y buena parte de las privadas. A este movimiento hay que destacarle que no se ha dejado llevar por los anuncios intimidatorios del Gobierno de que las protestas están azuzadas por el terrorismo.

De allí que hayan resultado tan razonables los procedimientos empleados en las concentraciones y desfiles, todos ellos orientados a impedir que fuerzas oscuras se infiltren con falsos radicalismos para justificar la represión y el rompimiento de la protesta.

Estando a la espera de lo que pueda ocurrir entre el Gobierno y la Mesa Amplia Nacional Estudiantil, a los estudiantes debe quedarles claro que el haber logrado mediante la unidad que el Gobierno retirara del Congreso el proyecto de Ley es una gran victoria; y también que mediante la unidad se pueden obtener condiciones apropiadas para levantar pronto el paro y conseguir después la reforma que consulte los intereses del pueblo.

lunes, 7 de noviembre de 2011

ANTE LA MUERTE DE ALFONSO CANO

Por Rodrigo López Oviedo

Ablandada como se halla la conciencia del país por los miles de mensajes que a diario proclaman la muerte como solución al estado de sempiterna guerra en que hemos vivido en Colombia, no fueron pocos los colombianos que recibieron con regocijo la muerte de Alfonso Cano. No importó de cúantos soldados humildes hubiera sido necesaria la ofrenda de sus vidas en la tarea de dar con el paradero del comandante guerrillero para que otros después lo bombardearan, ni que en tal acto estuviera implícita una pena de muerte que está prohibida en nuestra constitución. Lo interesante es que está muerto, como muerta creen que también está -y en ello encuentran motivo para nuevos regocijos- la esperanza de que esta guerra, que por más de seis décadas le han declarado las oligárquías a nuestro pueblo, tenga un final negociado, como lo reclamaba el guerrillero asesinado.

Entre quienes más felicidad desbordan, y más loas le lanzan al Gobierno por lo que consideran un buen suceso, están los grandes empresarios de la industria militar, que son los que se lucran con el conflicto, y que, en sana lógica, serían los perjudicados con su fin. En respuesta a ellos, que están fielmente secundados por los grandes medios de comunicación, los colombianos que nos consideramos libres de la presión mediática no podemos dejarnos neutralizar en la búsqueda de soluciones al problema de la guerra. Al contrario, debemos sacudirnos y asumir como propias las conclusiones de tantos eventos en los que se ha invocado la necesidad de encontrarle al conflicto armado un fin soportado en soluciones a los graves problemas de techo, trabajo, salud, educación y tantos otros que, por no solucionarse, han hecho de Colombia uno de los países más atrazadas en equidad social, según lo dice el PNUD.

Con la muerte de uno más de sus más valiosos comandantes, las Farc no van a entrar en desbandada, como lo suponen los voceros de la oligarquía. Antes por el contrario, ellas replantearán sus tácticas y estrategias, como lo hicieron cuando la muerte en tibia cama los dejó sin el histórico comandante Manuel Marulanda Vélez, o cuando otras bombas los privaron de Reyes y Jojoy. A rey muerto, rey puesto, saben decir, y asumir sus consecuencias es cosa que siempre han hecho sin perder el horizonte. Es esta una realidad que deja al país en la perspectiva de seguir perdiendo a muchos de sus mejores hijos a ambos lados del conflicto, realidad a la que por cruel no podemos acostumbrarnos. Antes por el contrario, las tareas por la paz nos deben seguir comprometiendo y hacia ellas debemos orientar nuestros esfuerzos.